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¿Transgénicos sí o transgénicos no?- Colaboración 1

A todo el mundo nos asusta un alimento cuando oímos la palabra “transgénico” sin embargo, ¿qué es un transgénico?, ¿por qué nos produce tanto recelo?
Pues bien, un transgénico no es nada malo y es la tendencia alimenticia de los próximos años. El planeta Tierra tiene unos recursos naturales suficientes para abastecer a un número determinado de población. ¿Qué ocurre cuando la población crece exponencialmente gracias a los avances tecnológicos y médicos? Pues tenemos que idear nuevas formas para abastecer a esa población. Si un campo de cultivo puede abastecer a “X” personas y nos encontramos con X+1000 o bien ese excedente de +1000 se muere de hambre o bien busca otro planeta para explotar sus recursos, o bien hay que ingeniárselas para hacer que dicho campo de cultivo sea capaz de aumentar en +1000 su producción.
Aquí es cuando recurrimos a la biotecnología y debemos buscar especies con unas características muy concretas para desarrollar ese carácter que queremos seleccionar. En definitiva es algo que el ser humano ha hecho siempre a través de la selección sólo que con los avances biotecnológicos podemos seleccionar a nivel genético e introducir genes de unas especies en otras diferentes (transgen) y además los genes, ya sean de una especie silvestre o de una especie producida en un laboratorio, son inocuos puesto que las enzimas digestivas de nuestro organismo los degradan.
Además no solo eso, gracias a la biotecnología podemos resolver otros problemas como explotar especies ya sean animales o vegetales en zonas donde de otra manera sería inviable, podemos tener por ejemplo tomates resistentes a la sequía y a condiciones paupérrimas del terreno sustituyendo en la planta del tomate algún gen por otro gen de una planta que viva en ese terreno, y de esta forma cultivar tomates en ciertas zonas de África no sería ciencia-ficción si no ciencia-tecnología.
De la misma manera, se podrían conseguir muchas otras ventajas que si no se hace la selección a nivel genético sería inviable.
Y no solo hablamos de producir transgénicos con el fin de alimentar el exceso de población al que estamos “condenando” al planeta, también son útiles para temas médicos o ambientales. Se pueden producir bacterias capaces de degradar plástico en poco tiempo lo cual es una ventaja porque se reduciría drásticamente el impacto del plástico sobre el ecosistema.
Y así podría seguir enumerando múltiples ejemplos en los que quedaría reflejado su utilidad.
Y en cuestiones organolépticas que es lo primero que se nos viene a la cabeza cuando pensamos en un transgénico también hay mucha “leyenda negra” al respecto puesto que no afecta al sabor, pueden incluso ser más sabrosos. Es importante no confundir ni mezclar el concepto de transgénico con el de animal criado a base de pienso compuesto o vegetal cultivado en un invernadero.
En conclusión, los transgénicos son los grandes aliados del ser humano en una sociedad cada vez más desarrollada y en un mundo que año tras año se va quedando pequeño para una población cada vez mayor.

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Miguel Rodríguez, biólogo amante de la naturaleza.

               

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Colaboraciones

Esta es una entrada informativa para todos aquellos que me leen; a partir de esta semana y todas las siguientes hasta que no tenga más gente a la que pedir que escriban aquí, iré introduciendo una serie de colaboraciones en las que gente conocida, amigos, familiares…escribirán sobre temas de interés, actualidad, darán su opinión sobre temas concretos, nos darán a conocer su experiencia en algún aspecto de su vida…todo es bienvenido para que la gente escriba y lea un poquito más.

Yo no daré mi opinión acerca de lo escrito. Puede que esté a favor o en contra pero eso es lo bonito de ser diferentes, conocer pensamientos contrarios a nuestro punto de vista que aunque no nos parezcan del todo bien o no comportamos la misma opinion, la respetemos al 100%. Se publicarán todos los martes sin excepción, o eso espero.

Si a alguien que este leyendo esto le interesa expresar su opinión acerca de algún tema estaré encantada de recibir sus creaciones.

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Día de nieve en el norte

Son las dos de la tarde de una mañana fría y nevada de febrero. Me apetece escribir y leer en frente de una chimenea si la tuviera. A falta de ese calor natural, me conformo con sentarme al lado de la calefacción tan necesaria en el norte de España.

Siempre soñé con vivir en una casa que tuviera chimenea, llegar de dar un paseo por la nieve, dejar las botas empapadas a un lado y secarme los calcetines en esa idílica hoguera. No sé por qué esa obsesión pero me encanta imaginarme un salón con libros por doquier, olor a café, el sonido de la cafetera advirtiéndote de que ya está lista para dar muestras de su trabajo, una manta de croché hecha por mí encima de un sofá antiguo y bonito, a mis pies un perro grande tumbado extasiado después de pasarse la mañana jugando con la nieve, a mi lado un compañero de vida muy alternativo como yo, en el tocadiscos sonando música clásica, de esa que relaja e invita a soñar y en la mesa una comida rica y contundente para paliar el frio que fuera acontece.

Y es que la nieve te aporta eso, ganas de calor, de compañía, de hogar, de café, de sonidos, de olores, de texturas…la nieve me anima, me cambia el humor a mejor de repente, me devuelve a mi infancia a la vez que me lleva a un futuro que me gustaría que fuera pero que aún no es, me relaja, me olvido de mis problema y sobre todo desarrolla mi creatividad.

Dejando a un lado la imaginación, aprovecho lo que tengo a mi alcance, disfrutando de cada rincón de mi precioso pueblo situado al norte y salgo al campo, provista de mis queridas botas de goma. Lo siento hermana pero tomé prestado sin tu permiso tus calcetines de lana, me vinieron genial para el frio, gracias a ellos disfrute aún más. Qué divertido hubiera sido que estuvieras aquí, hubiéramos hecho un muñeco de nieve, yo no puedo sola porque tengo agujetas, esas que me advertiste que iba a tener después de hacer ejercicio y ese tipo de yoga que dista mucho de ser para principiantes. Cuántas fotos bonitas he hecho, la cámara está que echa humo.

Después de eso, cojo mis compañeros de este mes, mis tres libros bonitos y me pongo a leer. Como me encanta leeros y mirar de reojo por mi ventana advirtiendo como los pájaros juegan con la nieve. Qué niño pudiera tener ese patio de recreo, qué suertudos los pájaros de pueblo, qué suertudos los pájaros de esa higuera de la casa de al lado.

Por la tarde haré café, en la cafetera antigua que tiene mamá, esa que hace un café tan rico, capaz de despertar a un muerto.

Gracias febrero por traerme, justo en este momento, la maravillosa nieve, solo por eso te quiero más de lo que te quería ayer.

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Nieve

Ayer a las once de la noche ya estaba en la cama. Mi padre me dijo que estaba nevando y yo no me lo creía. Si hubiera pasado esto hace 15 años, me hubiera levantado inmediatamente para ver como nevaba sin parar. Pero llega un momento de tu vida en el que esas cosas dejan de interesar del mismo modo que lo hacían años atrás; puede que lleves dos días mal, estresado, sin horas suficientes a lo largo del día, solo con ganas de pillar la cama y todo eso contribuye de manera inexorable a que la nieve no sea tu mayor deseo en esos momentos.

Pero, ¿qué sería de la vida sin esa parte infantil que nos hace disfrutar de los momentos más simples y absurdos de la vida? Sin esos momentos la vida sería muy sería, muy aburrida y demasiado adulta.

Esta mañana, en cambio, me levanté la primera, a las siete de la mañana y lo primero que hice fue asomarme al balcón para ver que mi padre tenía razón. Contuve mis ganas de despertar a todos ya que era demasiado pronto. Duré dos horas. A las nueve ya estaba instando a mis padres para que salieran de la cama a ver la estampa tan bonita de un 28 de febrero de 2018, todo ochos y todo doses.

Después de esta mañana puedo decir que, aunque no hice un muñeco de nieve por culpa de unas agujetas matadoras que llevan conmigo más de lo que me gustaría, me sigue encantando la nieve.

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Paternidad/maternidad ¿realidad o apariencia?

Hace un par de años vengo pensando en lo mucho que ha cambiado la manera de criar y educar a los hijos. En mi época, al menos en mi familia, la crianza era puro amor, protección, dedicación, enseñanza, tiempo compartido y experiencias en abundancia. Hoy en día queda poco de ese tipo de paternidad y maternidad.

Observo continuamente diferentes padres y madres, me fijo en como actúan con sus hijos, en como los protegen, en como pasan el tiempo con ellos y he llegado a la conclusión de que lo bonito de la crianza de un hijo se ha perdido.

Hace unos cuantos años ni me planteaba tener hijos pero, no sé por qué, desde hace unos meses se ha despertado en mí ese instinto que yo llamo mortal pero que en realidad se llama instinto maternal. El observar el comportamiento de la mayoría de los padres y madres me ha ayudado  a ver cómo no quiero criar a mis hijos, si algún día los tengo, a ver que tengo que hacer con mis hijos lo bueno que hicieron mis padres conmigo y que si se tiene un hijo es para ser consecuente con ello.

Sé que no está bien generalizar, ni juzgar a los demás pero no lo estoy haciendo, solo concluyo en base a lo que he vivido y he visto en la sociedad durante los últimos años de mi vida. Tal vez sea la irrupción de la tecnología en nuestras vidas, el cambio de intereses donde prima lo material o la vagancia lo que ha hecho que todo cambie pero la maternidad y paternidad ha mutado en una especie burda de lo que era antaño.

Los padres y madres no hacen que los hijos disfruten de la comida con ellos, si el niño no come le ponen solución rápido; encienden la tele, la tablet, o el móvil para poner los dibujos famosos de turno para hipnotizar a su vástago. Eso es más fácil que explicarle los beneficios de comer, dialogar con ellos, hacer de la comida un juego donde poder desarrollar la imaginación o la creatividad…en definitiva aprovechar el momento de la comida para crear un bonito vinculo entre padres e hijos.  Recuerdo a mi padre cantando para que comiéramos o contándonos historias sobre animales, personas o cualquier cosa que se le ocurriera en ese momento.

Los padres y madres ya no juegan con sus hijos. Ellos suelen estar inmersos en sus problemas, llegan  a casa cansados de trabajar,  cogen el móvil, juegan con su app preferida, entran en las redes sociales, ven una serie,…todo menos jugar con los pequeños. Mientras los niños lloran, patalean y  tienen rabietas  los padres se limitan a decir que jueguen con la pila de juguetes y no molesten. Y  todo para reclamar un poco de atención de unos padres que por la mañana los dejan en la guardería o en el colegio y ocho horas después los recogen para aparcarlos en una habitación llena hasta arriba de juguetes  donde lo material sobra y lo afectivo falta.

La pareja de padres de hoy en día, como los de antes, se mandan los unos a los otros. Mamá le dice a papá lo que tiene que hacer continuamente y papá, cuando le da la gana, lo hace. Y aunque no queramos admitirlo, hoy en día las mujeres siguen siendo esposas o novias/madres. Haz esto, haz lo otro…y no es porque les guste mandar, que a veces sí, sino porque sus parejas son esposos o novios/ hijos criados en hogares donde los hombres poco tenían que hacer. Por ese motivo, los niños siguen creciendo en hogares donde la madre es la que hace, manda y actúa como “la mala de la película”. Eso es algo que no haré en mi vida, los dos miembros de la pareja deben comportarse del mismo modo, hacer lo mismo, colaborar al 50% sin necesidad de órdenes que desgasten a unos y a otros.

La gran mayoría de padres, no sé si por falta de interés, falta de tiempo, desconocimiento o vagancia, no sé preocupan por la alimentación de sus hijos. El problema no reside en la cantidad, sino en la calidad. Casi todos piensan que cuanto más gordo este un niño más sano está, que cuanto más coma más alto se hará, pero la realidad es otra. Los padres les dan salchichas a sus hijos, carnes adulteradas, yogures insanos, cereales industriales, bollería, chocolates  que tienen más azúcar que cacao, comidas precocinadas…y no se dan cuenta que por mucho que coman de eso, no van a estar sanos, gordos si pero sanos no. No dedican tiempo a introducir en la alimentación de sus hijos frutas, que no potitos del supermercado, ni verduras, ni zumos hechos en casa…es mucho más cómodo comprar zumos y potitos que ya vienen hechos sin fijarse en la etiquita la que nos indica que llevan solo un 3% de fruta.

Qué pena. Y no es por criticar, es porque pienso en todo esto y me entran ganas de llorar. Se supone que todos quieren lo mejor para sus hijos, pensando que lo mejor es tener una pila de juguetes, tener una tablet, ir al cine una vez por semana, ir a dos extraescolares, ir a un colegio bilingüe, con un gran proyecto educativo, ir a la universidad, comprar un coche…y al final de todo se habrán olvidado de lo mejor, de pasar tiempo con sus hijos, de darles momentos de amor, de cariño, de paseos, de juegos…en definitiva, si algún día soy madre, intentaré que mi hijo tenga todo el amor del mundo, mi dedicación, mi tiempo y nuestro hogar será un lugar donde nunca falten las experiencias, el cariño, la mágica, la imaginación, la creatividad y el aprendizaje mutuo.

Niño

 

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Relatos a deshora III (B)

Era un día gris, el cielo amenazaba con lanzar una fuerte tormenta cargada de lluvia y truenos; yo, que no podía quedarme quieta en casa sin nada que hacer, me largué a pasear por el barrio. Para cualquier persona “normal”, ese no era el mejor plan para un día como aquel. Pero yo nunca fui normal, siempre me gusto hacer cosas de esas que ayudan al resto del mundo a tildarte de “bicho rato”. Nunca me importo lo que dijera la gente, no me importaba antes en mi distrito, mucho menos me iba a importa ahora lejos de las normas banales de mi hogar. Desde hace un año, tenía como costumbre consumir cocaína antes de salir de casa, me ayudaba a relajarme y a desinhibirme como nunca antes lo había hecho. La verdad es que siempre fui una chica muy tímida, muy en su mundo, muy metida en su propia película. Tal era así, que quería que mi película la conociera más gente; cuando intentaba conectar con alguien me miraban con cara rara, pensaban que era de otro planeta o yo que sé. Uno de los motivos por los que volví a consumir fue ese, por adaptación social. La droga me ayudaba a actuar del modo que todo el mundo espera que lo hagas, me ayudaba a desinhibirme y a relacionarme con los demás sin miedo a no ser aceptada.

Esa tarde, volví a pasar por ese edificio que siempre me había llamado la atención. Una iglesia, un mensaje, un arquitectura bonita. Para mí era una señal. La verdad es que hacía tiempo venía evitando las señales que me lanzaba el universo: obviaba el dolor de nariz que mi cuerpo me mandaba para hacerme reaccionar, obviaba mi desconexión del mundo, obviaba que realmente estaba metida en un agujero muy grande, obviaba que me había convertido en lo que siempre había odiado y obviaba que no es que fuera diferente o especial sino que era una inadaptada social, una ignorante a nivel interpersonal y, lo que era peor, a nivel intrapersonal. Todo lo adornaba con bonitas palabras dentro de mi cabeza, a todo le daba un toque literario que hacía que mi vida pareciera la mejor película jamás contada y me autoengañaba con bonitos adjetivos.

Pero en ese momento algo hizo clic dentro de mí; me pare enfrente de la iglesia, seguí mi intuición y entré.

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Transcender

Y esa noche, después de muchos meses, mi mirada se cruzó con la suya. No era un cruce de miradas más, fue algo casi indómito, algo difícil de controlar. Era algo parecido a la curiosidad.

Siempre me pregunté qué era lo que hacía que te detuvieras enfrente de alguien, por qué el universo maneja los hilos con esa sabiduría tan perfecta, cumpliendo las leyes del destino como si siguiera un guión dictado hace milenios.

Y es que sin darnos cuenta nos paramos enfrente de personas que son espejos, entes que el universo pone a tu lado para enseñarte algo que no estás haciendo bien contigo mismo o con los demás. En otras ocasiones, te alinea con personas que encajan contigo a la perfección, pero eso solo sucede cuando has sanado, cuando contigo mismo todo está bien, cuando te das cuenta de que el verdadero amor de tu vida eres tú y que del único que puede llegar la felicidad al 100% es de ti mismo. Solo en ese momento, cuando te das cuenta de que eres un ser maravilloso capaz de lograr todo lo que te propongas sin ayuda de terceros y sin dependencias insanas, serás inmensamente feliz; ese momento en el que tomas consciencia de que no tienes que superar a nadie para ser digno de admiración, de que no tienes que igualar a nadie para gustar, de que solo por existir ya eres belleza en sí misma y de que aquel que este destinado a caminar a tu lado será alguien conectado con tu parte más intima, con tu existencia, alguien que te valore por lo que eres, por tu aura, por tu esencia y no por lo que tienes académica, material o laboralmente.

En este estado, cuando te vuelvas a cruzar con el siguiente peón que el universo ha puesto en tu camino, te darás cuenta de qué era lo que estabas haciendo mal, habrás transcendido lo negativo y serás capaz de vivir una existencia plena en sintonía con tu compañero de vida, con el universo y, sobre todo, contigo mismo.

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Relatos a deshora III (A)

Iba a ser una experiencia maravillosa, llevaba años queriendo ir a ese lugar y todo parecía encajar a la perfección para que mis expectativas se cumplieran. Pero no fue así, nada salió como lo previsto y todo porque algo dentro de mí no quiso disfrutar o no pudo hacerlo.

Había recaído en ese vicio que tanto me había costado dejar, estaba famélica y todo a mí alrededor parecía sucumbir a mi estado emocional. La relación con mi familia era inexistente y el trabajo no me llenaba; odiaba a mis compañeros y no por envidia sino porque no me gusta la gente hipócrita. Ellos aparentemente eran perfectos, vestían trajes de marca entre semana y los sábados esnifaban cocaína en garitos del distrito tres; vivían en el distrito uno, un lugar en el que no había espacio para gente adicta o moralmente inestable, así que los sábados se dejaban caer por mi barrio, el distrito tres, lejos de su vida perfecta y de apariencia. Ellos no sabían que los había visto por ese lugar para ellos mediocre pero un día, de vuelta a casa, una de esas noches que aún estaba poseída por la adicción, los vi. Nunca les mencioné nada, preferí tener esa bala en la recamara por si algún día me pudiera servir.

Terminé en esa oficina de hipócritas dos meses después de haber terminado la licenciatura. Mi familia era humilde, procedente del distrito 5, un lugar alejado de la gran urbe, del vicio y del lujo. Allí todo era tranquilidad, nada se salía de lo moralmente establecido por la comunidad. Yo, harta de esa estabilidad imperante durante décadas, me largué. Empecé a trabajar en un bar de copas donde se movía todo tipo de drogas; al principio ni siquiera pensaba en lo que allí pasaba,  solo quería ganar dinero para pagar la universidad en la que estaba. Hasta que un día algo en mi interior hizo que la curiosidad hacia ese mundo aflorara. En ese momento empecé con una adicción de la que me costó lágrimas, tiempo y dinero salir. Durante mi primer año de carrera, pasaba la vida entre clases y bares, entre libros y cocaína, entre profesores y narcos. El segundo año parecía que nada iba a cambiar hasta que decidí que esa no era la vida que yo quería vivir. Mi sueño de niña siempre fue viajar, recorrer el mundo en caravana, disfrutar de bonitas puestas de sol, dormir en tiendas de campaña en la montaña, ir a los países más al norte y aprender a conocerme.  Por ese motivo logré salir de el mundo de miseria en el que estaba, obviamente no lo logré sola.

Todos los días de camino a casa veía en mi distrito un iglesia judía en la que se anunciaba un mensaje que parecía que te iba a salvar del agujero más grande en el que estuvieses metido, “Nosotros te ayudaremos a salir pero el primer paso tienes que darlo tú. Conócenos”. No fue precisamente ese mensaje que parecía salido de un anuncio de una secta el que me hizo entrar en esa iglesia, sino la bonita arquitectura del edificio. Una vez más me dejé guiar por la curiosidad innata que siempre me había caracterizado.

Continuará.

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Lacónico

Tenía un título, una idea y algo que tanto había anhelado estos últimos días, tiempo. Había tenido el deseo irrefrenable de contar con algunos minutos para poder escribir pero ahora, que podía, no vomitaba ni dos párrafos seguidos, mi mente solo me dejaba desarrollar algo lacónico, sin sentido, sin sabor y un tanto infantiloide.

Me daba un poco de lastima no aprovechar el tiempo como me gustaría pero tal vez mi mente estaba intentando decirme algo. “Relájate, escribe cuando estés preparada, no es un deber, es un placer del que disfrutar”. Y eso hice. Cogí una película cuyo título me inspiraba, hice palomitas de esas en cuya etiqueta hay muchas E-, me tape con una manta e intente despejar mi mente de obligaciones. Trascurrieron cinco minutos hasta que cambie la posición fetal, mi preferida, que había optado al principio hasta que me senté como si estuviera meditando. No me sentía bien, estaba viendo una película pero mi cabeza estaba en otra parte, no sé por qué últimamente no podía estar haciendo cosas que no tuvieran algún “provecho”. No me permitía ni un minuto libre.

¿Será febrero con su superluna el causante de mi desequilibrio,  será la revolución de hormonas que lleva una semana y media conviviendo conmigo o será la lucha que se está desarrollando dentro de mí entre la persona perfeccionista y exigente producto de la sociedad en la que vivimos y la persona que disfruta haciendo lo que le gusta aunque no tenga ningún sentido?

No lo sé, pero aquí sigo, escribiendo, ganándole la batalla a esa señora perfeccionista  con la que convivo 24 horas al día, 7 días a la semana.

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Lo bonito de la sencillez

A veces en la vida necesitamos un poco de tranquilidad, esa armonía trasmitida por lo sencillo.

Según en qué momento, nos empeñamos en complicarnos la existencia para disfrutar, supuestamente, un poco más, compramos cosas hasta hartarnos, viajamos hasta perder el sentimiento de hogar y jugamos con otras personas hasta que perdemos el verdadero valor de un te quiero, perdemos la humanidad de las relaciones.

Y es que nos olvidamos de lo bonito, de lo básico, de lo que nos da lo sencillo. Hacer una lista de lo que nos aportan esas pequeñas cosas cotidianas tal vez nos ayude a valorarlas como, en ocasiones, lo hacemos:

-Esa maravillosa sensación de pisar nieve por primera vez después de mucho tiempo.

-Tocarte los dedos de las manos y sentirlos arrugados después de una larga y relajante ducha. De pequeña me apasionaba esa sensación.

-Ponerte unos calcetines calentitos después de haber estado fuera durante un día frío.

- Llegar a casa y oler tu comida favorita.

-Sentir como las personas que quieres te admiran y creen en ti.

-El sentimiento de libertad cuando conduces sin rumbo claro.

- De fondo suena una canción que te trasmite tranquilidad, estás conduciendo y, de repente, en frente de ti, una bandada de pájaros vuela coordinándose a la perfección, como si te estuvieran mostrando una coreografía que llevan semanas practicando.

- Ver como dos niños se divierten con la nieve, con palos, se miran a los ojos y no se distraen con tecnologías de ningún tipo.

- Esa sensación de volver a encontrarte con personas que hacía tiempo que no veías, ver que todo está bien.

-Ese olor a menta, de ese caramelo que comías de pequeña y que sorprendentemente siguen fabricando.

- Ser la primera que le enseña a su sobrina a coger caramelos en una cabalgata de reyes y ser la primera en relajarla cuando un caramelo le da en la cabeza.

-Conseguir hacer todas las cosas del día apuntadas en tu agenda.

-Tener proyectos, planificarlos con alegría, hacerlos por pasión, por decisión propia y no por deber o mandatos externos.

- Esa maravillosa sensación de volver a casa después de mucho tiempo y encontrar a los tuyos por primera vez.

-Beber agua después de haber pasado unas horas sediento.

- Nadar en el río los calurosos días de verano.

-Coger aire después de un largo buceo.

-Salvar a un cangrejo atrapado en la presa del río.

-Escuchar el camión de la basura, mirar el reloj, ver que son las seis de la madrugada y descubrir que aún te queda un bonito y largo rato de sueño.

- Oír la lluvia en la calle mientras estas calentito en la cama.

-La niebla en un frio día de invierno.

- Una tormenta de verano, la belleza de los relámpagos y la mezcla de sensaciones aportada por los truenos.

-El olor a tierra mojada.

-Despertarte abrazado a la persona que quieres.

- Un beso cargado de pasión y cariño, esos besos que te erizan la piel.

-Un orgasmo mutuo con la persona de la que estás enamorado.

- El amor y el respeto con el que una pareja se mira.

- El llegar al final del camino después de una larga ruta de senderismo.

- Ver la Torre Eiffel por primera vez.

- Conseguir que una planta crezca y no se muera en el proceso.

- Llegar sin perderte a una calle que no conoces sin Google Maps.

- Lograr hacer ese plato tan difícil que llevabas queriendo hacer durante semanas.

-Esa sensación entre pena y alegría cuando terminas un libro que te encanta.

- Empezar  a leer con euforia  la segunda parte del libro que te encanta.

-Aprender a hacer macramé.

- Lograr coser una prenda sin que la maquina se trabe ni una sola vez.

- Escuchar el canto de los pájaros después de la tormenta.

-Las noches de verano al fresco hablando con los vecinos.

-Escuchar tus canciones favoritas cuando estas de fiesta o en el coche.

-Sentir el aire en tu cara cuando vas en la bici, cerrar los ojos e imaginar que estas volando.

-Ir a una librería y que el librero te diga que tiene el libro que tanto tiempo llevas deseando comprar.

-El olor a libro nuevo...te lleva a tu infancia.

-El amor...lo bonito, lo sencillo y la más maravillosa de las sensaciones...el amor...el querer y el sentirte querido, la mejor sensación por antonomasia.

Podría seguir pero supongo que cada uno tenemos esas pequeñas cosas que, sin darnos cuenta, nos hacen felices y que si no estuvieran contribuirían a que nuestra vida fuera un poco menos bonita.

Disfruta de cada detalle porque en ellos está la belleza.

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