Nieve

Ayer a las once de la noche ya estaba en la cama. Mi padre me dijo que estaba nevando y yo no me lo creía. Si hubiera pasado esto hace 15 años, me hubiera levantado inmediatamente para ver como nevaba sin parar. Pero llega un momento de tu vida en el que esas cosas dejan de interesar del mismo modo que lo hacían años atrás; puede que lleves dos días mal, estresado, sin horas suficientes a lo largo del día, solo con ganas de pillar la cama y todo eso contribuye de manera inexorable a que la nieve no sea tu mayor deseo en esos momentos.

Pero, ¿qué sería de la vida sin esa parte infantil que nos hace disfrutar de los momentos más simples y absurdos de la vida? Sin esos momentos la vida sería muy sería, muy aburrida y demasiado adulta.

Esta mañana, en cambio, me levanté la primera, a las siete de la mañana y lo primero que hice fue asomarme al balcón para ver que mi padre tenía razón. Contuve mis ganas de despertar a todos ya que era demasiado pronto. Duré dos horas. A las nueve ya estaba instando a mis padres para que salieran de la cama a ver la estampa tan bonita de un 28 de febrero de 2018, todo ochos y todo doses.

Después de esta mañana puedo decir que, aunque no hice un muñeco de nieve por culpa de unas agujetas matadoras que llevan conmigo más de lo que me gustaría, me sigue encantando la nieve.