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Olores de vida

Mi casa a veces huele a sándalo, otras solo a menta o a pino. En ocasiones, huele a patatas guisadas con carne o a pimientos recién asados. Algunas veces solo huele a hogar, a mi hogar. Y es que cada casa tiene un olor distintivo, al que tú te acostumbras desde pequeño y que no llegas a identificar si llevas toda la vida allí. Pero otros, si no son co-habitantes tuyos, sí lo notan e, incluso, lo identificarían en un round de olores a catar. 

Cuando te vas de casa todo cambia. Pasas tiempo fuera de tu nido, lejos del ala protectora de tus padres y dejas de ser un cachorro para convertirte, casi, en un hogar independiente. Cuando vuelves y entras en tu casa, el primer olor que entra en tus fosas nasales es el olor de tu hogar, de tu nido, ese al que te habías acostumbrado y al que tu nariz se había vuelto inmune. De repente, vuelves a ser un cachorro. Cierras los ojos y puedes verte corriendo, con aquellas converse amarillas de finales de los noventa, por el largo pasillo detrás de tu hermana. Y ahora, en los recuerdos no solo ves imágenes y escuchas sonidos, ahora también eres capaz de traer a tu mente y nariz el olor distintivo de tu casa, de tu infancia y de tu hogar.

Recuerdo el olor de otras casas sin problema alguno. Me viene a la mente la casa de mi tía abuela, con su olor tan característico acompañado de aquel teléfono de ruleta al que doy vueltas sin parar en mi mente; recuerdo, también allí, tardes frías de invierno, de novelas en la televisión con esa señora vestida de negro de arriba a abajo o de recetas jugando a ser cocineras. Recuerdo la casa de la vecina de mi abuela, sus cuartos secretos, el olor a humedad de esos cuartos y la magia que creábamos con nada. También recuerdo el olor a lumbre de casa de mis mejores amigas, su abuela atizando la leña y sus manos afanosas que nunca se cansaban de cocinar pescado o el recuerdo de su abuelo hiperactivo siempre pegado a su bici y su cántaro de leche; qué olor más fuerte y agradable tenía esa leche recién destetada! 

Recuerdo el olor de la nave de vacas, donde me encantaba pasar tiempo entre animales y leche recien ordeñada. También el olor de la majada, de la nave de cerdos, cabras y de pollos. No lo recuerdo como algo desagradable, sino como algo que me aportaba felicidad y ternura.

Puedo recordar como olían a verano las camisetas de manga corta cuando abría el cajón en pleno invierno. También recuerdo la alegría de abrir ese cajón en primavera, sabiendo que si mi madre ya me dejaba sacarlas habría llegado la época estival y, con ella, cientos de aventuras de guerrilla.

El olor del cajón de los bañadores…ese sí que es uno de los olores de mi vida. Qué placer olerlos después de todo un invierno frío y casero! Los globos de agua sí que olían a verano y a infancia, y a calor y humedad

Pero si algo recuerdo con verdadera nitidez es el olor de la casa de mis abuelas. Ese es el mejor de los olores. Su olor es de esos que podrías mandar fabricar y lo guardarías en un frasco pequeñito de por vida, para que nunca se fueran de tu mente.

Recuerdo el olor del carmín de labios de mi abuela Herminia. Nunca se maquilló, pero siempre tuvo un pintalabios rojo, con un olor tan bueno que se quedo grabado a fuego en mi mente. Ella lo usaba no solo para pintar sus labios carnosos, sino también para dar color a sus mejillas blanquecinas. Ojalá pudiera volver a oler a mi abuela Herminia y a sentir su piel siempre fina y sin apenas arrugas.

La casa de mi abuela Manuela, siempre impoluta, olía a limpio, y a paella de domingo y a sopa de pescado casera. También olía a espuma de afeitar del coqueto de mi abuelo, tan alto y difícil de igualar. Ojalá pudiera volver a oler su pelo y su espuma de afeitar.

Olores y más olores pululan por mi mente. Cierro los ojos y mi imagino un lugar, una experiencia o a una persona. Puedo volver a escuchar un recuerdo, puedo volver a sentirlo o a olerlo. Aunque las personas que queremos se vayan, los años aumenten y los lugares cambien, podemos seguir exprimiéndolos si cerramos los ojos y nos esforzamos en recordar. No se trata de anhelar con tristeza, sino de recordar con alegría, viéndonos capaces de volver a querer, oler, ver, sentir y crear como cuando lo hicimos meses, años, lustros y décadas atrás

 

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Ruta por la Comarca del Curueño

  Este fin de semana comenzó en León, al igual que en el resto de España, lo que han denominado confinamiento. Algo que viene a ser quedarse en casa tragando mucha televisión y tocándose a dos manos lo que tenemos allí abajo. Todo el mundo usaba como una moda venida de repente el hastag, #yomequedoencasa. De hecho, como pasa con todas las modas, si no cumplías este ritual eras tildado de raro, gilipollas, mal educado, sin vergüenza, subnormal o incívico. A los pocos que aún no nos había apoderado la psicosis, el miedo y la paranoia, en lugar de irnos en masa al supermercado a comprar cosas sin medida, nos fuimos a la montaña a depurarnos y a cargarnos de energía y positividad para estar más fuertes física y mentalmente para lo que viene. 

La verdad es que no teníamos ningún tipo de pretensión; mi hermana Miriam se despertó a las nueve de la mañana, me mandó un whatsapp desde la planta superior de casa y me dijo que si me apetecía hacer un bocadillo e irnos a la montaña. Yo, por supuesto, dije sí de inmediato. Pregunté por ahí por alguna ruta bonita por la zona de La Vecilla y para allí nos fuimos.

Recorrimos 50 km a través de pueblos de la Montaña Central Leonesa, pueblos en los que nunca antes habíamos estado. Nos encantó poder seguir descubriendo zonas nuevas de nuestra magnifica provincia después de casi 29 años.

Fuimos a parar, de pura chiripa, a la cascada de Nocedo de Curueño, un lugar mágico entre rocas que invita a sentarse allí, meditar y leer un cuento de fantasía. Después de un rato de magia, nos fuimos al pueblo que estaba al lado, Montuerto. En este pueblo nos encontramos a tres personas, muy amables, con las que nos saludamos desde lejos. Paseamos por el pueblo y decidimos subir a la ladera de la montaña para comer y echar una pequeña siesta al son de la banda sonora de la naturaleza. No fue fácil porque tuvimos que saltar vallas de vacas, prácticamente escalar y buscar excusas por si venía un ganadero enfadado. Pero como ocurre la mayor parte de las veces, todo lo negativo que pensamos que va a pasar, no sucede.

Después de un gran rato en la montaña, nos fuimos a hacer la ruta que hay en La Mata de la Bérbula, concretamente en Peña Morquera; un conjunto arqueológico de la Guerra Civil Española, en el que hay trincheras, cuevas y lugares que servían a la población de la zona como escondite. No la recomendamos hacer en un día de pleno sol, como todas.

Finalmente fuimos al pueblo de La Vecilla, cargado de estrechas calles con casas empedradas, terminando en una plaza con una Iglesia con vistas a la montaña.

Por último, para toda esa gente que quiere transmitir el miedo a los demás, gente que ni siquiera va una vez al año a los pueblos y a la montaña, decir que nos cruzamos con ciclistas, tres personas en un pueblo y cuatro ruteros; con todos ellos mantuvimos más de la distancia que hay que dejar, nos saludamos amigablemente y con sonrisas de oreja a oreja, de hecho creo que todos nos alegramos de vernos los unos a los otros. Para los que critiquéis a la gente que salió el día de ayer, deciros que las cajeras y los cajeros de los supermercados también son personas como la gente que vive en los pueblos y se están jugando la vida día a día por calmar vuestras ansias de consumismo y paranoias en un supuesto fin del mundo; pero por ellos nadie se preocupa, ni se echa las manos a la cabeza. La gente, como siempre, solo se preocupa de criticar y juzgar los actos de los demás sin pararse a pensar u observar los suyos propios.

Poned música y sonrisas a la vida y aprovechad, de manera productiva, esta mierda en la que nos han metido.

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Los Reyes de Tía Sandra

Hace unos años, cuando era una niña, vivía este día con autentica ilusión. Por la noche intentaba quedarme despierta para pillar a los Reyes dejando los regalos, pero nunca lo conseguía.

Cuando la gente preguntaba, ¿qué habéis pedido? Mis hermanas y yo siempre respondíamos lo siguiente: nada, lo que ellos quieran traernos. Alguien un poco ingenuo pensaría que éramos poco ambiciosas o conformistas pero si ya sabes de antemano lo que te van a traer, ¿dónde queda la magia y la sorpresa tan típica de la noche de Reyes? Además ¿quiénes éramos nosotras para exigir regalos?, suficiente que venían a nuestra casa con regalos los tres grandes y sabios Reyes Magos. También, nuestros padres nos estaban inculcando unos grandes valores que hoy en día intentamos trasmitir a Azahara, y dentro de esos valores no tenía cabida el materialismo.

Hoy, con el paso del tiempo, se ha perdido esa ilusión y no porque no soñemos o porque no nos guste que nos sorprenda, sino porque los años y las perdidas personales pesan mucho. A pesar de eso, este día lo celebramos para que Azahara viva una infancia con la misma ilusión que nosotras vivíamos este día.

Pero la Noche de Reyes presenta unos grandes dilemas para mí; no puedo ver y soportar cuando en la tv salen salones con familias, todas familias típicas algo chirriante (ese es otro tema), con mínimo 20 regalos cada una. Siempre pensé que cuando tenías muchos regalos, la esencia de este día perdía significado. Por ese motivo, llegue a la conclusión de que siempre regalaría cosas útiles y libros. A Azahara le regalaría algún juguete educativo y cuentos, que le encantan.

Mi gran sorpresa ayer, celebrando los Reyes con la gente del pueblo, fue cuando una señora le preguntaba a los niños qué le habían pedido a los Reyes; todos contestaban una larga lista de cosas y cuando le toco el turno de responder a Azahara ella dijo: nada, lo que ellos quieran traerme. Después de eso, enseguida busco con su mirada mi aprobación o más que mi aprobación, buscaba la mirada orgullosa de su tía ante esa respuesta. Y sí, una niña de 4 años ya es consciente de los valores que tienen los adultos, de lo que realmente quiere y lo que le produce satisfacción. Estoy segura de que los cuentos y la muñeca astronauta que le he comprado le van a encantar, además encierran un gran significado y grandes valores.

Bueno, que como siempre me voy por las ramas. Este post se suponía que iba a ser sobre el papel cantoso que suele envolver los regalos. En la mayor parte de las casas, la gente usa un papel demasiado pretencioso, un papel que te dice “¡mira qué bonito soy!”. Cuando ves un papel tan despampanante te imaginas que lo que hay dentro tiene que ser mucho más sorprendente. Es como que ese papel te condicionara a la hora de imaginar que es lo que puede haber dentro. Si es algo peor que el papel, te decepcionarás e, incluso, te guardarás el papel de recuerdo. En cambio si el papel es un mero trámite, sin importancia, que tienes que pasar para llegar a lo que deseas, el condicionamiento no existirá. Además, y más importante, la de kilos y kilos de papel que tienen que irse hoy a la basura, qué derroche y qué gran contaminación.

Por todo eso, decidí que este día y los que vienen usaría simplemente bonito papel de periódico. Elegí todas las hojas, evitando noticias tristes y me puse a envolver. Después de tenerlos todos, me parecía que quedaba un poquito soso, lógico. Así que le propuse a Azahara ir al monte. Allí cogimos unos cuantas ramas de escaramujo, encina y tomillo. Con eso, armé unos ramilletes y se los coloque encima de los paquetes. Ahora no solo eran regalos envueltos de manera ecológica, sino también regalos con un gran toque personal y olor incorporado. Eso si, espero que Azahara no ate cabos al ver la decoración tan parecida a lo que recogimos ayer. Pero por todos es sabido, que a los Reyes Magos les gusta mucho el campo y que, como ella, son protectores y defensores de la naturaleza.

El significado de usar este tipo de envoltorio es mucho más importante de lo que parece. En un mundo en el que se le da tanta importancia a lo de fuera, a la belleza física y a la superficialidad, hay que ir introduciendo, poco a poco, a los niños el valor de lo interior, a que sepan ir más allá, que no se queden con lo de fuera, que imaginen lo que hay dentro y que se atrevan a conocerlo. Además de enseñarles a no conformarse con hacer lo de siempre o a hacer lo que todo el mundo hace; enseñarles a romper la regla establecida, a reflexionar, a ser creativos, divergentes y a atreverse a saltar los muros del laberinto cuando no encuentren, después de haber probado 25 veces, la salida.

 

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¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo por primera vez?

¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo por primera vez?

Hoy empiezo esta entrada con esta pregunta porque, se puede decir, que es uno de mis mantras. Según para quien, esta  pregunta no significa nada, pero para mí lo es todo y más en los últimos años.

Cuando eres un niño, todo es nuevo, lo vives con verdadera intensidad y el tiempo es eterno. De repente, te haces mayor y el tiempo, que antes parecía que no avanzaba, vuela. Uno de esos tantos días de reflexión, me vino  a la cabeza el porqué tendremos la sensación de que el tiempo vuela cuando somos adultos. Y es tan sencillo que hasta mi sobrina de 4 años llegaría a la misma conclusión;  cuando eres un niño la mayor parte de las cosas que vives son nuevas a diario, todo es maravilloso, lo llevas a cabo con ilusión y fantasía, le buscas la parte oculta y mística a todo y, en definitiva, vives la infancia en su plenitud. Los codos y las rodillas con postillas son marcas de guerra, las tardes de juego con los amigos son verdaderas reuniones sociales y obras de teatro no ensayadas, las bicis se convierten en auténticos artefactos de competición y las noches se hacen inmensamente largas esperando que comience un nuevo día cargado de oportunidades y sueños que llevar a cabo. En cambio, cuando eres adulto vives inmerso en un mundo de obligaciones, de tareas, de ganas de dormir, de descansar, de taparte con la manta en frente del televisor los días de invierno y delante del ventilador los días de verano, de ver todo como una verdadera agonía si implica dejar a un lado la tecnología y moverte del sofá. Bueno…o eso dicen.

La verdad es que yo siempre fui un tanto rara. Viví la infancia hasta más allá de lo que se supone que son los albores de la adolescencia, no me interese por chicos hasta mínimo los 17, seguía insistiendo a mis amigas en jugar a “no retroceder” y al “brile” hasta “antes de ayer” y como nadie me seguía me volví un tanto asocial. Eso llego hasta tal punto que con 28 años me apasiona cogerme el longboard, skate, hacer snowboard, rutas, nadar, hacer muñecos de nieve, construir castillos con piedras en el río, recolectar flores y “malas hiervas” y hacer cosas de brujas…en definitiva seguir experimentando y probando constantemente como cuando era pequeña.

Todas estas experiencias me han llevado a darme cuenta de por qué el tiempo se detiene cuando eres pequeño; la clave está en vivir cada día como si fuera el último, porque si de algo me han servido los últimos años, meses y días es para darme cuenta de que no somos eternos, de que la vida es un suspiro. Hacer constantemente cosas nuevas es algo justo para los que ya no están. Los que ya no están no tiene la oportunidad de seguir disfrutando del regalo que es la vida, no sería adecuado por ellos no disfrutar al máximo cada segundo de respiración que el universo nos ha regalado.

Vive cada día al máximo, comienza la mañana con una sonrisa, cuando te cruces con tus compañeros de trabajo se amable y muestra una cara agradable, cuida tu alimentación, no olvides tu parte emocional, la más importante, reflexiona acerca de tu estado anímico, indaga acerca del porqué de las cosas, haz deporte, comparte momentos con gente que te hace feliz, ayuda a los demás, da más de lo que recibes sin esperar nada a cambio, juega con niños, deja a un lado el móvil y vive, disfruta del aburrimiento sin una pantalla, lee decenas de libros en papel, dibuja sin parar, crea desde cero ropa o lo que de la gana, corre aunque no haya una meta, vuela aunque no tengas alas, en definitiva, VIVE.

¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo por primera vez?

HOY: he tendido la ropa con una gran escarcha debajo de mis pies que ha hecho que tenga que tender también mis zapatillas de estar por casa :) 

Pdt: no hace falta irse a Tailandia para vivir cosas nuevas cada día, en cada instante de respiración puede haber nuevas sensaciones, reflexiones y experiencias, está en ti descubrirlas :)

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Las cosas sencillas

Hace tanto tiempo que no escribo que entro en la página y han cambiado hasta los gráficos. Pasó tanto tiempo que en León ya no hace frío, estoy morena, tenemos el jardín lleno de flores e, incluso, escribo con otro ordenador. Y es que la vida de adulta es demasiado comprometida, tanto que no tengo tiempo ni de dedicarle espacio a las cosas que más me gustan.

Pero hoy no sé por qué, me siento lo suficientemente tranquila y conforme como para usar unos preciados minutos de mi tiempo y escribir algo, no esperéis mucho…el proceso en el que estoy sumergida desde hace más de un año está acabando con mi creatividad y neuronas.

Escribo “esperéis” como si diera por hecho que alguien sigue entrando aquí a leerle, ¿pero quién iba a ser el iluso que creyera en mi después de tanto tiempo sin escribir? ¡Si la última entrada fue sobre Navidad!

En fin…al lío, aunque realmente no tengo muy claro sobre qué escribir. Podría hablar sobre las consecuencias de vivir en un sistema sumamente exigente, de lo exigentes, incluso, que podemos llegar a ser con nosotros mismo o lo bonito que sería ir contra ese sistema de exigencias y autoexigencias. Pero no, después de haber estado más de 12 meses metida en este proyecto que, si va bien, contaré, valoro las cosas sencillas de la vida, esas que me aportaron, me aportan y me aportaran, en los momentos más anodinos , tranquilidad, relajación y dulzura. No sé si a los demás le servirán pero a mí…me causan placer, sensualidad, ternura, paz, cielo, algodón, orgasmos mentales,…uso palabras que no debería pero es que no existen adjetivos para describir las sensaciones que me trasmiten esos pequeños detalles. Ahí van alguno de ellos, espero que si leéis esto lo pongáis en práctica.

Andar descalzo por casa, por el césped y encima de la tierra mojada después de llover.

Sentarme al lado de mi acompañante en un restaurante, estar enfrente, tan lejos, nunca me gustó. Nada iguala el calor cercano, una mirada con un fondo de olores maravillosos, una caricia…las caricias sí que son orgásmicas.

Comer en un prado de una montaña. Después tumbarme y mirar el cielo azul, cerrar los ojos y centrarme única y exclusivamente en escuchar la banda sonora de la naturaleza.

Acariciar a mi perro, mimarle, intentar agarrar su pequeña lengüita mientras me lame, jugar con él y finalmente acabar mirándonos profundamente.

Leer un capítulo del libro de aventuras quincenal, conseguir tiempo para ello es difícil pero cuando lo logro es…viaje, evasión y libertad.

Comer las patatas fritas que hace mamá con huevos fritos caseros…qué placer culinario. Qué sencillo pero que placentero y si encima lleva pimentón picante por encima…para morirse.

Acariciar a mis abuelas, sus ojos al hacerlo dicen tanto. Las amo. Un amor que incluso duele al pensar en el tiempo.

No necesitar a un compañero de vida para ser feliz. Esta ha sido la mayor evolución intelectual, personal y emocional que he logrado en la vida. Me siento tan orgullosa conmigo misma que me podría dar hasta una medalla.

Inmediatamente después a la anterior, hacer planes sin necesidad de que nadie más venga. Algo impensable para los humanos, seres puramente sociales. Pero he crecido, me he empoderado y sé que no hay mejor y más sana compañía que la mía.

Esta contradice un poco a la anterior, pero una cosa no quita a la otra. Hacer planes con mis amigas y familia y cumplirlos. ¡¡Cómo me gustan las aventuras¡¡

Tomar café del termo que siempre lleva Esther. ¡¡Qué rico después de las rutas!!

Estar cada vez más tiempo sin tecnología.

Hacer productos con la naturaleza.

Recolectar flores y plantas medicinales, me encanta haberme convertido en una medio bruja, digo medio porque la otra mitad es elfo.

Secar el pelo al sol, odio el secador y las planchas.

No maquillarme, adoro la libertad de sentir mi piel limpia.

Conducir  sola, con la música a todo volumen, tener el modo aleatorio, que suene una canción que me emociona y terminar llorando (¿qué pensarán los coches de al lado?)

Querer sin censura.

Ser tremendamente empática.

Limpiar el monte.

Tener sueños y cumplirlos.

Ser una aventurera.

Haberme convertido, junto con mi hermana, en las raras por pensar diferente. Me encanta ser diferente, o la oveja de color como alguien dijo una vez.

Puedo seguir y seguir, pero la mayor parte de las cosas sencillas, que me hacen sentir bien me llevan a la naturaleza. Adoro la madre tierra, mi pachamama querida.

Y como siempre me gusta hacer, termino reivindicando que aprender a vivir con menos es lograr evolucionar o, más bien, involucionar; hace miles de años nuestros antepasados vivían con lo básico  y eran tremente felices. Nosotros, hoy en día, los más inteligentes, hemos caído en la trampa, creemos que necesitamos tantas cosas para vivir que nos pasamos la vida trabajando para conseguir todas esas cosas que se supone que nos hacen felices. Y mientras trabajamos para conseguir lo material, la vida se pasa y con ella nuestra oportunidad de ser humanos.

Solo conozco una persona que ha conseguido evolucionar/involucionar y ser feliz, realmente feliz sin necesidad de añadidos, mi PADRE. Mi padre es un ser superior en todos los aspectos, no solo por el hecho de ser mi padre, sino por su forma de vida. No usa tecnologías, ni siquiera lleva reloj, el se guía por el sol; no usa móvil, solo, muy de vez en cuando, uno de teclas antiguo que le han obligado mi madre y mi hermana mayor a tener por si pasa algo mientras está en el campo (la mayor parte del tiempo lo tiene en un cajón sin batería); es una persona tremendamente concienciada con la naturaleza, ama la tierra que tanto le ha aportado, no usa prácticamente pesticidas; no es una persona consumista, vive con lo básico y todo lo que se compre que no sea necesario el piensa que es un absurdo (y es verdad, es así); es una persona tremendamente empática y respetuosa, algo que escasea en el mundo “inteligente” de hoy en día; es maestro de vida, educador, creativo, artístico, saludable, deportista…y de las cosas que más me gustan, se cuida, tiene en cuenta su alimentación y no toma bebidas alcohólicas, productos industriales, bebidas gaseosas…yo quiero alcanzar el nivel mental y espiritual de mi padre, él sí que me aporta cosas buenas en mi día a día.

Él, mi madre y mi hermana son los que realmente me hacen feliz en mí día a día. Termino diciendo que cuidéis y paséis tiempo con vuestra familia, es lo más bonito y valioso que tenemos y tendremos.

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"NaturARTE/NavidARTE"

Después de unos cuantos meses sin pasar por aquí, vengo a contaros algo de lo que no corresponde escribir  ni por fechas ni por espíritu. Pero yo soy así, siempre al contrario del mundo o bueno en este caso, más bien, ha sido por falta de tiempo.

Resulta que este año queríamos, mejor dicho quería pero siempre acabo involucrando a todos en mis ideas, decorar la casa con motivos navideños, pero no como otros años, este iba a ser un auténtico reto. La idea era recurrir lo menos posible al plástico, utilizar solo recursos que la naturaleza nos da y reutilizar cosas que tuviéramos por casa.

Lo primero que quería hacer era un calendario de adviento, pero no de esos típicos que vienen con chocolates repletos de azúcar en su interior. Yo quería algo diferente. Entonces me puse a pensar en cómo lo podría hacer y dándole muchas vueltas llegué a una idea interesante. Recordé que mi abuela tenía en la panera las ventanas antiguas que había retirado hace unos cuantos años. Son unas ventanas de madera color azul que me encantan y la verdad es que todo lo de antes me parece mucho más estético que lo de ahora. Bueno, que me lio. Fui a casa de mi abuela y con ayuda de mi padre baje de la panera una ventana. Escogí una que ya no tenía cristales para que me fuera menos pesada de manejar. La limpie y mi padre me la trajo con el carretillo.

Así sin nada encima me parecía que quedaba muy sosa, que no trasmitía nada relacionado con la naturaleza y básicamente era lo que yo quería, asociar navidad y naturaleza. Entonces dicidí que utilizaría ramas de dos variedades de pino y escaramujo de ese que en estas fechas recubre de rojo nuestros campos.

Gracias a la gran ayuda de mi hermana Miriam completamos un soporte precioso para el calendario de adviento. El siguiente paso fue clavar unas pequeñas puntas para atar una cuerda donde colgar los 25 días.

Ya tenía la ventana y los sobres de los días que había hecho yo misma con folios, lazos, pino y escaramujo, todo cosas que tenía por casa. Hice un precioso calendario sin gastar un euro, eso sí, con mucho tiempo, dedicación e ilusión. ¿Pero que es un calendario de adviento sin nada en su interior? Ahora viene lo realmente bueno. En cada día del calendario metimos una serie de pruebas o más bien acciones necesarias que hacer en general a lo largo del año pero especialmente esos días de navidad. Miriam hizo 12 pruebas y yo 13. Algunas eran del estilo: ir a casa de abuela y pasar la tarde con ella, jugar a un juego de mesa con papá y mamá, no mirar el móvil cuando estés con gente, ir al monte y recoger objetos que te llamen la atención, escribe un texto sobre las cosas bonitas que te han pasado este año, escribe una lista de deseos para el año que viene y luego quémala, y así hasta 25 retos. La verdad es que es una sensación muy bonita levantarte y descubrir que es lo que te toca hacer ese día, muchas veces cosas que te sorprenden porque las ha escrito otra persona.

Lo siguiente era el árbol. El nuestro de toda la vida es de plástico, de esos que cuando lo pones lo dejan todo perdido y cuando lo recoges es una lucha para meterlo en la caja en la que venía. Este año prescindimos de él, no quería ni verlo y mucho menos quería ver el espumillón, no hay nada relacionado con la navidad que odie más, bueno si, los mensajes de whatsapp navideños.

Yo siempre quise un árbol de verdad, de esos que huelen a pino y no a tienda de chinos. Lo que hicimos a continuación igual está mal, no sé, pero nosotras necesitábamos un árbol de verdad. Así que una tarde cuando estaba anocheciendo cogimos una azada y un hacha y nos fuimos en busca de nuestro árbol. No voy a decir dónde lo cogimos por si alguien se ofende pero encontramos nuestro árbol, el más imperfecto de todos, tanto que estaba ladeado a causa del viento, pero para nosotras era el ideal. No queríamos que se muriera en el proceso, queríamos que siguiera en nuestra familia durante más navidades así que cavamos hondo para llegar a las raíces. Uff…fue duro, me salieron hasta cayos en las manos de tanto cavar. Al final conseguimos sacarlo, recuperamos todas las raíces que pudimos, las cortamos y lo metimos en el coche. Llegamos a casa y nuestros padres se sorprendieron tanto que nos dijeron qué a ver como pensábamos meter eso en casa. Pero al final lo logramos.

Ahora tocaba el paso de la decoración. Teníamos unas cuantas lanas en casa, de esas que se usan en la matanza, abalorios, cola y agua. Así que hicimos unas cuantas bolas y pompones. Luego encontramos lazos de otras navidades. Con todo eso decoramos el árbol y a mayores añadimos unas bolas que se le antojaron a mi madre comprar, de plástico… L pero bueno, seguía contenta porque ya era un gran logro haberla convencido para meter un árbol natural en casa.

El siguiente paso era decorar el balcón. Como dije antes odio el espumillón, así que se me ocurrió recurrir de nuevo al pino y al escaramujo. Si alguien está pensando que es malo cortar el pino, para nada; a toda planta le viene bien una poda, y más a esos pinos que casi cerraban el camino donde estaban.  

Bueno, cogí el pino y el escaramujo con ayuda de mis hermanas e incluso de Azahara, que bien se lo pasa con sus tías J y nos pusimos manos a la obra. No nos hizo falta ni cuerdas, ni bridas ni nada de plástico, solo usamos lana. Con todo decoramos el balcón, quedó tan bonito que hasta algunas vecinas del pueblo nos dieron la enhorabuena.

Y como no podía ser de otra manera, pusimos el belén y usando lo más típico, al menos aquí en el norte, musgo. Usamos figuras antiguas pero bonitas.

Al final no sé trata de ser religioso o no, de creer o no, se trata de compartir tiempo con tus seres queridos haciendo cosas en común, dejando a un lado la tele, el móvil e incluso los problemas con la única intención de disfrutar lo que estás haciendo.  Nosotros nos sentimos orgullosos, contentos de haber conseguido el reto inicial que no tenía nada que ver con la religión;  como siempre tenía que ver con la naturaleza, porque como digo siempre disfrutes como disfrutes  hazlo respetando a la madre más importante de todas, después de la tuya, la madre tierra.

Fotos del proceso

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Visita a la Hullera Vasco-Leonesa

La Hullera Vasco-Leonesa es una mina creada hace más de un siglo, concretamente en 1893. Como la mayor parte minera de León, la mina de Ciñera ha llegado a su cierre tras muchas reuniones, huelgas y piquetes. No tiene mucho sentido que cuente la historia aquí, puesto que hay fabulosos artículos en internet y en bibliotecas que hablan sobre la historia de tan destacada mina.

La verdad es que siempre me ha fascinado la historia y más la de una parte tan cercana a mi zona. Conozco a bastante gente que no conoce ni siquiera la historia de España, mucho menos la de su provincia o pueblo. Bueno que me lio, hace un par de años visite el Faedo, o hayedo de Ciñera, pero entonces no descubrí lo que está vez vi. Al comienzo de dicha ruta de senderismo hay una entrada a una mina y la verdad es que nunca me había preguntado por qué esa mina estaba ahora cerrada o qué fue lo que aconteció allí décadas atrás.

Lo malo de ser un simple turista es que te quedas con lo superficial, que unas veces está bien pero otras veces no es suficiente, y lo bueno de ser más que un turista es que puedes conocer historias y lugares alejados del ojo del viajero superficial. Esta vez y guiándonos por la opinión de mi hermana Miriam, recorrimos una ruta alternativa. En lugar de coger el camino de abajo que escoge todo el mundo, el camino más llano y con mejor acceso, recorrimos el de arriba, en el que tienes que subir una larga e interminable cuesta. Empezamos dicho recorrido andando, imaginaos la locura y reventada de esa hazaña, íbamos con una niña de tres años encima de una sillita de paseo y una mochila cargada de comida; gracias al destino, nos cruzamos con un chico del pueblo y nos dijo que se podía acceder allí de otra manera. Perdonad que no os diga cómo, aunque es muy obvio, pero no quiero contribuir a que se rompa la magia de un lugar tan bonito y ya tan atestado de turistas.

Finalmente conseguimos llegar al lugar que mi hermana Miriam había descrito; yo no confía mucho en lo que ella decía puesto que su sentido de la orientación a veces falla y no me podía creer que no hubiera visto ese lugar antes.  Llegamos arriba y el lugar era aún más fascinante de lo que me había imaginado gracias a las palabras de mi hermana. Allí pudimos ver casas abandonabas, no casas dedicadas a vivir sino construcciones dedicadas a labores mineras. Allí se respiraba un halo a tristeza, me llamareis paranoica, pero podía sentir la vida que antes hubo en esa mina. La sensación era extraña, pero quien no cambia de ojos cuando va un lugar nuevo no merece ser definido como aventurero.

Me vuelvo a liar, pero es que es difícil no dejar por escrito el conjunto de sensaciones que allí percibí. Si cerraba los ojos incluso podía ver la vida que allí había años atrás: carreras, prisas, olor a carbón, hollín por doquier, frio y nieve, el traqueteo de vagones o carretillas, caras más negras que blancas, botas llenas de barro…tenía que ser una imagen dantesca, digna de ser fotografiada.

Por cierto, llevad a los niños lugares nuevos, alejados de la ciudad o de lo que están acostumbrados a ver, contadles historias de hadas o de duendes que viven en los bosques que visitéis y dadles muchas experiencias. En definitiva, creadles mundos de magia porque bastante aburrido será todo cuando se hagan mayores.

Bueno no quiero hacer spoiler, ni romper la magia de la primera vez para los futuros visitantes. Tal vez es que soy demasiado efusiva y parece que lo vea todo con ojos de niña pero ya me contareis si os fascinó lo mismo que a mí. Os dejaré unas imágenes de lo que allí vimos, no demasiadas porque eso sí que sería un auténtico spoiler.

No seáis tan temerarios como yo y no subáis ahí arriba

Ciñera, 17 de noviembre de 2018

 

 

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Un olor otoñal

Qué bonito era no pensar, qué bonito era solo sentir.

Un olor, de repente, en la calle, en la ciudad, un día cualquiera de otoño. Tomo aire, lo inhalo, respiro profundo y este no llega solo hasta lo más interno de mis pulmones, sino que también viaja hasta los más lejanos recuerdos; me entra un nudo en el estomago, puedo olerte, puedo incluso sentir tus labios si cierro los ojos, puedo…pero no, el olor se va y la magia creada con él también. Qué bien olía esa colonia. Realmente no era la colonia la que me gustaba, lo que me gustaba era esa colonia en él, en su pelo, en sus manos cuando acariciaban mi cara o en mi almohada cuando se iba.

Llego a casa y aún estoy devastada por ese recuerdo. Y es que aunque creamos que una historia se ha ido por completo, que los recuerdos son borrosos o que las sensaciones se desvanecieron en el tiempo, no ha pasado eso; solo hace falta un instante y un olor para devolverlo todo. ¿Y sabéis que?, lo agradezco. Me gusta vivir cercano algo que es tan lejano, me gusta saborear con mis labios unos besos que fueron pero ya no son y me gusta ir al Mercadona, oler esa colonia que creo que es la que llevaba, cerrar los ojos y trasportarme a una noche de verano con música, de oscuridad, de besos, de susurros, de caricias, de promesas, de amor, de abrazos de puntillas, de risas infantiles… la vuelvo a oler y me transporto a tardes de verano, de baños helados, de fotos, de coche, de comidas…abro los ojos pero me resisto a irme, la huelo una vez más y me trasporto a días de otoño, de paseos a la estación, de rutas guiadas, de tardes de invierno, de dudas, de lloros, de pena, de dolor y de mañanas de adiós.

Y, de repente, la voz de la chica de la sección de cosméticos del Mercadona me devuelve  a la realidad con un molesto "¿te puedo ayudar?", la miro y pienso , si, ¿puedes volver el tiempo atrás?.

¿Pero realmente cambiaríamos algo si volviéramos atrás? Supongo que la respuesta es sí, al menos en mi caso. La sabiduría y la valentía que te aportan los años es un plus añadido.

Esto no deja de ser un relato más, un reflexión más pero lo que si es verdad es el poder que tiene el olfato, creo que pocos sentidos lo igualan; sin poder tocar, sin poder ver y sin poder oír, solo con oler puedes viajar días, meses y años atrás, e incluso puedes volver a tener ese primer orgasmo tanto emocional como físico.

A todas las pequeñas grandes revoluciones.

 

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La flora de otoño

A veces me preguntaba, cuando vivía en la gran urbe, qué consecuencias negativas tendría en mi cuerpo el consumir fruta y verdura cargada de pesticidas, envueltas en plástico y decorada con esa cera tan cantosa que hacía que perdiera su olor tan característico. En la ciudad, la fruta no huele a fruta, la verdura no huele a verdura y los frutos secos vienen en bolsa. Aquí en el pueblo, la lechuga huele a verde y a tierra e incluso, muchas veces, los insectos salen de su interior reclamando su título de propiedad; los tomates, la mayoría de veces, parecen monstruos con verrugas y deformidades, pero que narices ¡viva la fealdad de los tomates! gracias a eso, a la falta de manipulación en laboratorios, los tomates de la huerta son TOMATES, saben a tomate. Aquí los frutos secos crecen por doquier, incluso son maleza, das un paseo y por todos los lados hay grandes nogales y almendros, aunque estos últimos menos no sé por qué, y si te descuidas un foráneo, un veraneante tardío o un amigo de lo ajeno puede terminar con tu cosecha del año. Y es que aquí es típico, todos los años pasa algo en la huerta de este u otro vecino, todos los años alguien hurta algo, no sé sabe por qué ni quién pero siempre se habla y se especula sobre ello en corrillos, en la partida, en la plaza, durante el café o al fresco.

Otra de las cosas típicas en el pueblo en relación con el huerto es fardar de este; el fardar lleva la consecuente ofrenda de productos y la pertinente comparación: "Oye María, ¿quieres pimientos?, este año me han salido buenísimos y tengo la huerta repleta", "no, no Pepa, tranquila, a mí me pasa lo mismo pero lo que no tengo muy buenos este año son los tomates, eso si que te lo cogería encantada, "ay María, por dios, no hace falta que ni lo digas, ahora mismo te voy a por unos cuantos" y de repente aparece Pepa con un carretillo cargado con dos bolsas de tomates monstruosos, otra de esos pimientos que le dijiste que no querías pero que ella quiere que, además de observarlos, pruebes para que te des cuenta de su buena mano como hortelana y además de los pimientos una cesta cargada de nueces y almendras. Y es que así es como es el pueblo y sus gentes, amabilidad, compañía, cariño, a veces cosas malas también pero prima más lo primero.

Me encanta el otoño pero no el otoño en la gran ciudad, me encanta el otoño en el pueblo; no solo me gusta porque cambia el tiempo, o porque el calor se marche para dejar paso al frio, o porque el sol se va de retiro espiritual e invita a sus primas las nueves a ocupar su lugar, sino porque las visitas a la sección de frutas y verduras del supermercado se reduce y aumentan los paseos al huerto, porque la gratitud aumenta entre los vecinos, porque huele a pimientos cocidos, a alubias recién trilladas, a tortilla francesa y a lumbre, porque los colores en el campo se vuelven rojizos gracias a las moras, escaramujos y agavanzas, porque las primeras heladas con su color blanco empiezan a aparecer, porque me encanta comer los productos de la huerta de mis padres, porque adoro ir a por nueces a la nogal de mi tío o a por manzanas a los manzanos de esos vecinos que me dicen constantemente que vaya a sus árboles y coja todo lo que quiera porque total si no lo cojo yo se lo comerán los cerdos, bueno mejor no ir de fina y decir "cochos", sí, así llamamos a los cerdos en León y porque gracias al universo y a mis padres he espabilado y me he dado cuenta de que como en el pueblo en ningún sitio.

En definitiva, vivir en el pueblo, cerca del campo, es de las mejores cosas que puedes hacer en beneficio de tu salud física y mental. Y cuando os digan los urbanitas que la vida aquí es muy aburrida decirles lo siguiente:

"Al igual que tú, puedo irme de vacaciones cuando quiera, puedo irme de tiendas cuando lo deseé, tengo coche, tengo ordenador en mi casa, tengo televisión donde ver una película cuando quiera (siempre dicen lo del cine), tengo internet (siempre dicen que estamos aislados del mundo a nivel cultural), tengo móvil para hacer lo mismo que tú haces, tengo libros, decenas de libros, tengo una bonita casa, tengo...todo lo que tienes tu en la ciudad lo tengo yo, pero en cambio hay muchas cosas que yo tengo y tu no podrás tener nunca viviendo en una ciudad: aire puro, productos naturales cultivados por ti mismo, la naturaleza a un minuto de casa, vecinos amables, cotillas sí, pero amables y que te dan todo lo que esté en sus manos, vivir sin contaminación lumínica, acústica y ambiental, un cielo cargado de estrellas que poder observar con solo subir a la montaña de mi pueblo, medicamentos naturales en forma de hierbas que yo misma puedo recolectar y transformar, un retiro espiritual y secreto a 10 minutos de mi casa, el monte. Amigo mío quédate con la ciudad porque yo, siempre que pueda me quedare con mi querido pueblo porque como decía aquella bonita película de Paco Martínez Soria, "La ciudad no es para mí".

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Actividades alternativas 2- Seguimos con el hipérico

La verdad es que hoy no estoy especialmente inspirada, las palabras que acierto escribir son demasiado básicas; imagino que estos momentos son necesarios, momentos de creatividad ausente o inerte, ¿será que la creatividad también necesita ser recargada como los móviles? ¿Y si para los móviles usamos enchufes, para la creatividad que usamos? La verdad es que soy algo pillina, me las sé todas para recargar el hemisferio derecho.

Así que después de esta entrada que tanto tiempo llevo postergando, iré a emborrachar de ideas a la parte derecha de mi cabeza.

¡Empecemos!

El hipérico, como cualquier otra flor, necesita ser tratado con cariño, respeto y rapidez. Si, rapidez, porque sino las flores de este oro se pudrirán y nuestro oleato se echará a perder. El mismo día que lo recolectamos nos pusimos a hacer las tareas pertinentes.

Después de comer, monté un pequeño  “aquelarre” y las tres brujillas nos pusimos manos a la obra. Considero que, a veces, más que la tarea en sí es importantísimo cuidar el entorno en el que se lleva a cabo. Es como cuando alguien tiene una cita especial y prepara su salón para la ocasión: coloca velas aromáticas a diestro y siniestro, incienso, luz tenue, comida apropiada y se viste de una manera cómoda pero atractiva. En este caso hice lo mismo: cogí cajas de madera a modo de sillas y mesas, coloque unas cuantas plantas a nuestro alrededor, incienso y unas  velas, en este caso no aromáticas sino para mantener alejados a los insectos, hecha por mí.

En cuanto mis acompañantes vieron ese escenario se emocionaron e inmediatamente después se metieron en faena.

Las tareas a hacer con el hipérico son las siguientes:

  1. Separar las flores de las ramas.
  2. Una vez cortadas, seleccionamos las mejores.
  3. El siguiente paso es introducirlas en botes de cristal previamente esterilizados.
  4. Finalmente, añadimos aceite virgen extra, si es ecológica mejor, en los botes. La añadiremos de tal manera que cubramos todas las flores.

Esta es una actividad que si se hace con los niños requiere bastante ayuda y supervisión. Si no hacemos esto nos podemos quedar sin flores, sin aceite y con el niño en urgencias con un corte en uno o dos dedos.

Lo último que debemos hacer con los botes tapados es dejarlos sobre, mínimo, un mes al sol. O si no sois tan románticos como yo, si no os gusta ver como tienen lugar los procesos de manera natural, podéis hacerlo al baño María y en media hora tendréis, si sois unos cagaprisas, lo que de manera natural lleva como poco 30 días. Eso sí, el olor al abrir el bote pasado todo ese tiempo, para mí, es horrible. Mejor no oler jj

Una vez hecho esto obtendremos un líquido de color parecido al vino pero más anaranjado, un líquido que se conoce como oleato de hipérico. Casi todas las cremas llevan una parte acuosa, que son los hidrolatos y otra parte oleosa, que son los oleatos.

El hipérico es un gran aliado para nuestra salud, un aliado que es nuestro vecino y que si nos hacemos amigos de él podemos beneficiarnos de un gran compañero de botiquín. A continuación pongo algunos de los beneficios de esta flor amarilla:

  • Antiséptica
  • Vermífuga
  • Antiviral
  • Digestiva
  • Antiespasmódica
  • Expectorante
  • Antibiótica
  • Cicatrizante
  • Vulneraria
  • Analgésica
  • Astringente
  • Diurética
  • Sedante

Lo último que hemos hecho con esto, ha sido colar el oleato, introducirlo de nuevo en los botes de cristal y cerrarlos de manera hermética al baño María. El siguiente paso requerirá otro post.

Fotos del proceso

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