La flora de otoño

A veces me preguntaba, cuando vivía en la gran urbe, qué consecuencias negativas tendría en mi cuerpo el consumir fruta y verdura cargada de pesticidas, envueltas en plástico y decorada con esa cera tan cantosa que hacía que perdiera su olor tan característico. En la ciudad, la fruta no huele a fruta, la verdura no huele a verdura y los frutos secos vienen en bolsa. Aquí en el pueblo, la lechuga huele a verde y a tierra e incluso, muchas veces, los insectos salen de su interior reclamando su título de propiedad; los tomates, la mayoría de veces, parecen monstruos con verrugas y deformidades, pero que narices ¡viva la fealdad de los tomates! gracias a eso, a la falta de manipulación en laboratorios, los tomates de la huerta son TOMATES, saben a tomate. Aquí los frutos secos crecen por doquier, incluso son maleza, das un paseo y por todos los lados hay grandes nogales y almendros, aunque estos últimos menos no sé por qué, y si te descuidas un foráneo, un veraneante tardío o un amigo de lo ajeno puede terminar con tu cosecha del año. Y es que aquí es típico, todos los años pasa algo en la huerta de este u otro vecino, todos los años alguien hurta algo, no sé sabe por qué ni quién pero siempre se habla y se especula sobre ello en corrillos, en la partida, en la plaza, durante el café o al fresco.

Otra de las cosas típicas en el pueblo en relación con el huerto es fardar de este; el fardar lleva la consecuente ofrenda de productos y la pertinente comparación: "Oye María, ¿quieres pimientos?, este año me han salido buenísimos y tengo la huerta repleta", "no, no Pepa, tranquila, a mí me pasa lo mismo pero lo que no tengo muy buenos este año son los tomates, eso si que te lo cogería encantada, "ay María, por dios, no hace falta que ni lo digas, ahora mismo te voy a por unos cuantos" y de repente aparece Pepa con un carretillo cargado con dos bolsas de tomates monstruosos, otra de esos pimientos que le dijiste que no querías pero que ella quiere que, además de observarlos, pruebes para que te des cuenta de su buena mano como hortelana y además de los pimientos una cesta cargada de nueces y almendras. Y es que así es como es el pueblo y sus gentes, amabilidad, compañía, cariño, a veces cosas malas también pero prima más lo primero.

Me encanta el otoño pero no el otoño en la gran ciudad, me encanta el otoño en el pueblo; no solo me gusta porque cambia el tiempo, o porque el calor se marche para dejar paso al frio, o porque el sol se va de retiro espiritual e invita a sus primas las nueves a ocupar su lugar, sino porque las visitas a la sección de frutas y verduras del supermercado se reduce y aumentan los paseos al huerto, porque la gratitud aumenta entre los vecinos, porque huele a pimientos cocidos, a alubias recién trilladas, a tortilla francesa y a lumbre, porque los colores en el campo se vuelven rojizos gracias a las moras, escaramujos y agavanzas, porque las primeras heladas con su color blanco empiezan a aparecer, porque me encanta comer los productos de la huerta de mis padres, porque adoro ir a por nueces a la nogal de mi tío o a por manzanas a los manzanos de esos vecinos que me dicen constantemente que vaya a sus árboles y coja todo lo que quiera porque total si no lo cojo yo se lo comerán los cerdos, bueno mejor no ir de fina y decir "cochos", sí, así llamamos a los cerdos en León y porque gracias al universo y a mis padres he espabilado y me he dado cuenta de que como en el pueblo en ningún sitio.

En definitiva, vivir en el pueblo, cerca del campo, es de las mejores cosas que puedes hacer en beneficio de tu salud física y mental. Y cuando os digan los urbanitas que la vida aquí es muy aburrida decirles lo siguiente:

"Al igual que tú, puedo irme de vacaciones cuando quiera, puedo irme de tiendas cuando lo deseé, tengo coche, tengo ordenador en mi casa, tengo televisión donde ver una película cuando quiera (siempre dicen lo del cine), tengo internet (siempre dicen que estamos aislados del mundo a nivel cultural), tengo móvil para hacer lo mismo que tú haces, tengo libros, decenas de libros, tengo una bonita casa, tengo...todo lo que tienes tu en la ciudad lo tengo yo, pero en cambio hay muchas cosas que yo tengo y tu no podrás tener nunca viviendo en una ciudad: aire puro, productos naturales cultivados por ti mismo, la naturaleza a un minuto de casa, vecinos amables, cotillas sí, pero amables y que te dan todo lo que esté en sus manos, vivir sin contaminación lumínica, acústica y ambiental, un cielo cargado de estrellas que poder observar con solo subir a la montaña de mi pueblo, medicamentos naturales en forma de hierbas que yo misma puedo recolectar y transformar, un retiro espiritual y secreto a 10 minutos de mi casa, el monte. Amigo mío quédate con la ciudad porque yo, siempre que pueda me quedare con mi querido pueblo porque como decía aquella bonita película de Paco Martínez Soria, "La ciudad no es para mí".