Día de nieve en el norte

Son las dos de la tarde de una mañana fría y nevada de febrero. Me apetece escribir y leer en frente de una chimenea si la tuviera. A falta de ese calor natural, me conformo con sentarme al lado de la calefacción tan necesaria en el norte de España.

Siempre soñé con vivir en una casa que tuviera chimenea, llegar de dar un paseo por la nieve, dejar las botas empapadas a un lado y secarme los calcetines en esa idílica hoguera. No sé por qué esa obsesión pero me encanta imaginarme un salón con libros por doquier, olor a café, el sonido de la cafetera advirtiéndote de que ya está lista para dar muestras de su trabajo, una manta de croché hecha por mí encima de un sofá antiguo y bonito, a mis pies un perro grande tumbado extasiado después de pasarse la mañana jugando con la nieve, a mi lado un compañero de vida muy alternativo como yo, en el tocadiscos sonando música clásica, de esa que relaja e invita a soñar y en la mesa una comida rica y contundente para paliar el frio que fuera acontece.

Y es que la nieve te aporta eso, ganas de calor, de compañía, de hogar, de café, de sonidos, de olores, de texturas…la nieve me anima, me cambia el humor a mejor de repente, me devuelve a mi infancia a la vez que me lleva a un futuro que me gustaría que fuera pero que aún no es, me relaja, me olvido de mis problema y sobre todo desarrolla mi creatividad.

Dejando a un lado la imaginación, aprovecho lo que tengo a mi alcance, disfrutando de cada rincón de mi precioso pueblo situado al norte y salgo al campo, provista de mis queridas botas de goma. Lo siento hermana pero tomé prestado sin tu permiso tus calcetines de lana, me vinieron genial para el frio, gracias a ellos disfrute aún más. Qué divertido hubiera sido que estuvieras aquí, hubiéramos hecho un muñeco de nieve, yo no puedo sola porque tengo agujetas, esas que me advertiste que iba a tener después de hacer ejercicio y ese tipo de yoga que dista mucho de ser para principiantes. Cuántas fotos bonitas he hecho, la cámara está que echa humo.

Después de eso, cojo mis compañeros de este mes, mis tres libros bonitos y me pongo a leer. Como me encanta leeros y mirar de reojo por mi ventana advirtiendo como los pájaros juegan con la nieve. Qué niño pudiera tener ese patio de recreo, qué suertudos los pájaros de pueblo, qué suertudos los pájaros de esa higuera de la casa de al lado.

Por la tarde haré café, en la cafetera antigua que tiene mamá, esa que hace un café tan rico, capaz de despertar a un muerto.

Gracias febrero por traerme, justo en este momento, la maravillosa nieve, solo por eso te quiero más de lo que te quería ayer.