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Relatos a deshora II

Siempre fui de obsesiones; cuando quería lograr algo no me bastaba dejarlo a medias. Me obsesionaba de tal manera por algo que  leía libros y artículos hasta las tantas, veía videos, hablaba con gente y compartía experiencias hasta llegar al punto en el que me veía capaz de alcanzar la meta. No había término medio, solo me permitía alcanzar el éxito.

Hubo una época en la que me obsesionaba lo paranormal, la vida fuera de la tierra, el universo, los agujeros negros y los supuestos agujeros de gusano,…soñaba con ello día sí día también, me veía dentro de una nave espacial cayendo al vacio una y otra vez;  sin saber por qué ese bucle se repetía. De repente, una noche, dejé de soñar y, al día siguiente, deduje que no debía estudiar más al respecto, deduje que lo extraño y lo que no podía entender me asustaba.

En otra época intentaba comprender el porqué de ciertos comportamientos humanos. Llegué a adorar la psicología, el coaching, la meditación,…hasta que la obsesión volvió. Analizaba a todo el mundo, le decía a la gente una y otra vez que hacía mal y que tenía que cambiar. Hasta que llegó un punto en el que la realidad supero a los sueños. En los sueños la gente me analizaba a mí y en la vida real se enfadaban por mi prepotencia y petulancia.

Las obsesiones venían de repente y se iban cuando los sueños me atormentaban. Los sueños me indicaban que debía dejar ir a la obsesión que en ese momento ocupaba mi tiempo libre. La frustración también me acechaba a menudo; quería alcanzar todo a la primera, saberlo todo, pero nadie es perfecto, yo no era perfecta, pretender serlo es siempre un error.

Ahora, con el paso del tiempo, trato de controlar esas obsesiones que intentan traspasar la barrera de la tranquilidad. Maquillo las obsesiones con nombre de hobbies, unos hobbies que me esmero para que no superen las tres horas diarias, cuatro días por semana.

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Copa Menstrual

A lo largo de los años, el tema relacionado con la higiene íntima femenina fue tabú; las madres no hablaban con sus hijas de ello, es más las primeras se escondían de las segundas cuando estas eran pequeñas para que no vieran ese color grana que bajaba de la zona de la entrepierna. Con el paso del tiempo, todos estos temas se han ido "normalizando", tanto a nivel familiar como social. Pero esta “normalización” no significa que haya un mayor conocimiento al respecto, solo se basa en pequeñas charlas familiares, alguna que otra por parte del sexólogo del instituto o alguna referencia televisiva.

Muchas de nosotras creíamos que solo había dos opciones a la hora de mitigar los estragos de la menstruación. Desde pequeñas, nos bombardean en la televisión con idílicos anuncios sobre qué utilizar cuando estás en esos días, reduciéndose todo a las famosas compresas y a los, desde mi punto de vista, perjudiciales tampones.

Nos resignamos de por vida a estar gastando dinero mes a mes en productos que no son ni beneficiosos para el medio ambiente, ni para nuestra salud.

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Hace unos años, en una charla de mujeres, conocí a una chica que nos ofrecía una alternativa a los molestos tampones y a las incomodas compresas. Aquí escuché por primera vez el nombre de "Copa menstrual". Esta vendedora nos hizo una fabulosa introducción típica de un comercial entusiasmado con un producto grandioso que acaba de descubrir y que le gustaría que todo el mundo probara. Todas las chicas  que estábamos allí, nos echamos las manos a la cabeza pensando, "eso es rarísimo", "no puede ser higiénico", "¿pero quién inventaría eso?", "¿pero venderá alguna?"..., vamos las típicas cosas que se te vienen a la cabeza cuando te dejas llevar por la ignorancia y los prejuicios en lugar de por la curiosidad. Ella nos explicó de dónde venía este producto, para qué servía y cómo se utilizaba. En ese momento ni se me pasó por la cabeza comprarlo, es más ninguna de las asistentes a esa charla lo compró. Esto sucedió en el 2010.

Siete años después, volví a oír a hablar de los beneficios de la copa. Un buen amigo mío me hablaba constantemente de los beneficios que tenía sobre mi cuerpo y sobre el medio ambiente la copa menstrual. Desde ese momento empecé a investigar dejando a un lado la incertidumbre. Indagando por internet descubrí que muchas mujeres la conocían y la usaban, y resulta que ya desde hace 75 años. ¡Qué sorpresa! 

Llegué a la conclusión de que no había nada malo en la copa menstrual, sino que al monopolio de los tampones y de las compresas no les interesaba su difusión. Esa es la razón por la que casi nadie conoce la existencia de la copa, porque no hay anuncios en televisión, ni se venden en las grandes superficies, ni hay rastro de ella en internet a simple vista a menos que la busques...

Un buen día, llegó a casa un paquete con dos copas que mi hermana Miriam había comprado para que probáramos. Al principio, estábamos un poco temerosas, “¿qué habrá qué hacer?”, “¿cómo se pondrá?”, “¿hará daño?”, “ ¿se saldrá algo?”...miedos infundados, nada de esto nos ha ocurrido hasta el momento. Estamos en periodo de prueba.

COPA MENSTRUAL

Lo primero que hay que saber es como elegir la copa menstrual. En algunas marcas suele haber tres tallas:

- La talla 2 para mujeres mayores de 30 años y que han pasado por parto vaginal.

- La talla 1 para mujeres de entre 18 a 30 años y sin parto vaginal.

- La talla 0 para mujeres de entre 14 a 18 años.

Otras marcas tienen dos tallas, la S y la L.

Lo segundo que hay que hacer es leerse las instrucciones que vienen en la caja porque puede que uses la copa sin antes hervirla pudiéndose producir una infección en la zona vaginal al no esterilizar el producto. Esto es algo normal porque se hace hasta con los biberones de los bebés.

Una vez hervida la copa, 2-3 minutos en el agua, la sacamos de esta y la dejamos secar. Durante todo este proceso de manipulación tendremos las manos perfectamentamente limpias.

¡Manos a la obra!

Si da miedo ponérsela, más miedo da explicar el proceso porque ponérsela es más fácil de lo que parece.

Nos ponemos cómodas y relajamos los músculos vaginales. La boca de la copa la doblamos con ayudada de nuestros dedos en forma de C, introduciéndola sin miedo en la vagina. Una vez dentro, tenemos que palpar un poco con nuestro dedo para ver que la copa se ha expandido adoptando su forma natural. Si no es así, moveremos un poco la copa para que se abra. Y ya está, solo es eso.

Si eres primeriza, tendrás que estar pendiente al principio cada dos horas, luego cada tres y así sucesivamente hasta que veas cuánto puedes estar con ella sin retirarla. Lo mismo que hacías al principio con los tampones y las compresas, no tienen mayor dificultad.

Para retirarla, se tira suavemente del apéndice que está en la parte inferior de la copa para aproximar la parte baja de esta, donde apretaremos un poco para eliminar el vacio y así no nos produzca una sensación rara al sacarla. Muy despacio y con cuidado de no hacernos daños con nuestras uñas o derramar el flujo, la sacaremos y verteremos el contenido en el retrete. Una vez hecho esto lavaremos la copa con agua volviéndola a introducírnosla.

Terminado el periodo menstrual la lavaremos bien, la herviremos de nuevo y la guardaremos para nuestra próxima regla.

Los expertos dicen que podemos estar con ella dentro hasta 12 horas seguidas sin riesgo de rebose, pero cada cuerpo es un mundo, solo es cuestión de ir probando. La vida de la copa menstrual puede llegar hasta los 10 años.

El precio del producto no suele superar los 30 euros; ¡30 euros, 10 años!, ¡10 años un solo producto, 10 años sin contaminar el medio ambiente y 10 años sin dañar tu cuerpo!

Tú eliges.

Sandra y Miriam Molero

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El poder de la naturaleza

No sé si es porque durante muchos años vivimos inmersos en medio de la naturaleza, por la belleza atrayente del monte, por los sonidos de los animales o por el olor de la flora existente pero siempre que necesito relajarme, me alejo y me adentro en las encinas.

Hoy por ejemplo. Dentro de mí había un sentimiento difícil de explicar, complicado de entender y casi imposible de sobrellevar; algo en mí me decía que huyera al monte, que allí encontraría un poco de paz interior. Y así fue. Me ralaje, al menos durante el momento que allí estuve. No había nada más, solo los sonidos, el olor, el tacto de la madera y yo. Una bonita unión.

El poder de la naturaleza sobre nosotros es inmenso, la conexión que se crea es tan especial que me quedaría a vivir allí por un momento.

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Quedate

En un mundo movido por la codicia, el narcisismo, el populismo, los juicios vecinos  y la ira quédate

con quien te comprenda,

con quien no te juzgue,

con quien te quiera,

con quien te lo demuestre,

con quien te valore,

con quien diga siempre lo que piensa,

con quien no mienta,

con quien te respete delante y detrás de ti,

con quien te de consejos,

con quien haga críticas constructivas,

con quien sea autocrítico,

con quien no sea altamente exigente,

con quien te sorprenda,

con quien no critique lo que llevas puesto o como vas maquillada,

con quien respete tus creencias,

con quien se preocupe por tu pasado,

con quien tenga en cuenta tu opinión,

con quien no imponga siempre su punto de vista,

con quien puedas ser tú al 100%,

con quien no te sientas pequeñito,

con quien puedas sentir que estás volando,

con quien aprendas algo nuevo cada día,

con quien sea un añadido y no un obstáculo,

con quien te escuche,

con quien pase lo que pase siempre puedas contar,

con quien las llamadas o los mensajes nunca sobren o estén de más,

con quien poder compartir experiencias,

con quien vivir sea una experiencia casi comparable al climax,

con quien te acepte tal y como eres,

con quien te de amor y no problemas.

Poder rodearse de amigos, familiares o parejas que cumplan estos puntos es poder conectarte aún más con tu paz interior.Imagen relacionadaResultado de imagen de QUEDATE CON QUIEN

 

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Relatos a deshora I

Hoy me aprieta el alma y llora mi corazón; y es que no hay nada peor que una desilusión.

Hacía unos cuantos meses que no miraba la caja de recuerdos que tenía debajo de mi cama. Últimamente era un objeto muy recurrente del que tirar cuando me sentía triste. La caja era un amasijo de cartas escritas a boli, fotos, CDs de canciones antiguas, entradas de cine, conciertos, tickets e incluso un pañuelo de mi abuelo al que tanto extraño. Y si, la verdad es que soy muy sentimental; soy de ese tipo de personas  a las que le gustan  las caricias en la mejilla  aunque no vengan  a cuento, los abrazos cargados de un “tranquila, todo irá bien”,  la comprensión real, la admiración, el cantar en la ducha, el ir al monte y perderse, las sorpresas inesperadas, los "me encantas" o los "admiro tu...", el sentirse querido y no solo deseado, el surgir y no el exigir, el querer y no el deber, la libertad de acción…, soy de ese tipo de personas a las que una mentira o una verdad no dicha le destrozan el alma.

La vida es bonita, a veces complica y en otras ocasiones nos da algún tipo de lección. En nuestra mano esta saber detectarla, saber tomar decisiones y saber guiarse única y exclusivamente por lo que nosotros creemos sin tener en cuenta juicios de personas sin valores dignos de veneración.

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Miedos

Y ahí estaba mamá, una vez más, insistiendo en que debajo de la cama no existía ningún monstruo azul gelatinoso quien, de vez en cuando, comía calcetines. De nuevo papá me decía que las vacunas eran necesarias y que no me dolerían si él me apretaba la mano con fuerza. Y mi superhermana mayor reiteraba que montar en bici era fácil, que una vez se aprendía no se olvidaba.

Pero lo que no me decía mamá era que había desarrollado un miedo a la oscuridad, lo que no me decía papá es que las agujas y los médicos, ya con tres años, me daban pavor y lo que no me decía mi hermana era que para aprender a montar en bicicleta me tenía que raspar las rodillas como unas 10 veces, con 10 puntos en la barbilla incluidos.

Y es que es normal. Tener miedo es inevitable, más cuando eres una niña pequeña que está descubriendo el mundo.

Cuando vas aumentando en edad, hay alguna arruga en tu cara y ya no dices que le tienes miedo a los monstruos de debajo de la cama por vergüenza, ocultas los miedos porque si dices que tienes algunos enseguida te asignan una etiqueta: fóbica, pamplinera, depresiva, TOC, paranoica, obsesiva, sensiblera…, entre otras joyas.

La verdad es que yo soy muy miedica, no me asusta decirlo, pero es que hay miedos que más que miedos son costumbres; tengo miedo a estar lejos de casa porque me encanta estar cerca de mi familia, tengo miedo de no estar a la altura de algo porque la sensación de logro conseguido es maravillosa, me da miedo sentirme pequeñita porque sentir la valía de uno mismo es sensacional, me da miedo la frustración porque conseguir los objetivos propuestos es increíble…

Definitivamente, tengo un poco de miedo a la vida, pero ¿qué sería de la vida sin un cierto nivel de miedo?

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Los de pueblo

¡Qué bonito es el pueblo y qué bonitos somos los que nos atrevemos a vivir en él!

He visitado muchas ciudades, grandes, pequeñas, he vivido en algunas y me he adatado a la vida que en ellas se vive, pero siempre llego a la misma conclusión: no hay nada como la vida tranquila, sana y adorable que se vive en el pueblo. Decidir vivir en un pueblo es, al principio, difícil. Lo normal, para todo el mundo y más para gente joven, es irse a vivir a la ciudad y entre más grande sea mejor y más valorado serás por los vecinos del pueblo. Cuando te atreves a decir que te gustaría vivir en el campo, en el pueblo, porque adoras la naturaleza, el hablar con los vecinos, el poder cultivar tu huerto y saber lo que comes, tener una vida más sana y menos contaminada, los vecinos te miran como si estuvieras loco. Y sí, loco por hacer las cosas de manera diferente, de forma distinta a la establecida, Qué locura querer una vida más sana, ¿no? ¿Locura? Y yo pienso, "si es que lo valiente es atreverse a ser un loco", una frase que precisamente se me ocurrió en Camden Town mirando unos dibujos que otro loco había dibujado con tizas de colores en el suelo. 

Vivimos en un mundo al revés; te llaman loco por querer una vida más sana, te tildan de raro si lees, escribes o visitas museos como "hobbie" y te miran extrañado cuando decides que la vida en el pueblo está hecha para ti. Socialmente estamos podridos.

Dejando al lado la crítica social, que en realidad me encanta, voy a intentar resumir el porqué, para mí, la vida en el pueblo es bonita. Aprovechando que estamos en época prenavideña, usaré ejemplos relacionados con esta temática (que me encanta) 

-          Cuando llega la Navidad, reunirse para poner el Belén en la Iglesia del pueblo es una de las mejores actividades. Te reúnes con gente de todas las edades, hablas con ellos de temas mundanos –que también divierte de vez en cuando-, vas al monte a por musgo, disfrutas de la niebla entre los árboles, sientes el frío, ¡qué bonito el frío! Si es cierto que esta actividad se está deteriorando desde hace unos años y precisamente por eso, porque no hay jóvenes en el pueblo.

-          La Navidad en el pueblo, por lo menos para mí, es seguir con las costumbres de toda la vida. No es cuestión de ser religioso o no, es cuestión de adaptarse a lo que en el pueblo se hace, ser un poco menos raro. Ir a misa a besar al niño Jesús el día de Navidad es lo más, menudas colas se preparan. Siempre lo mismo: primero los hombres, luego las mujeres y todos con unas monedas en la mano para echar en las cestinas que ya están preparadas.

-          Ahora ya no se hace, pero tiempo atrás era costumbre ir a por aguinaldo a las casas. El aguinaldo, para quien no lo sepa, es un regalo, a modo de fruta, frutos secos, dinero o grito por ir a molestar a deshora, que se deba en Navidad. Yo tuve la suerte de vivirlo y nos encantaba. Era toda una aventura.

-          En muchos pueblos en los que ya ni siquiera hay misa, ni tienda, tener un bar es toda una suerte. Para los de pueblo el bar simboliza el acto de reunión. La Navidad significa ver en el bar a gente que ya ni siquiera conoces porque solo vienen en esas fechas y han cambiado mucho, significa hablar de todo con cualquiera, significa tomar esos vinines antes de las comidas navideñas, del vermut y de socializar con los vecinos. Sobre todo muchos besos, achuchones, abrazos y felicitaciones navideñas. Y es que los de pueblos somos muy de tocar, el contacto físico, ya sea en forma de abrazo, golpe en la espalda, beso o empujón, nos encanta.

-          Y como buenos leoneses y buenos pueblerinos, nos encantan las terminaciones típicas –in e –ina. Parece que disfrutamos cuando escuchamos nuestro acento y nuestras terminaciones después de llevar todo el año escuchando ese acento madrileño, catalán, maño, valenciano, gallego o andaluz de las ciudades de las que somos foráneos.

-          Nos gusta reunirnos en casa de los abuelos para hacer la típica matanza, no por el acto en sí, que según para quien sí, sino por estar en familia haciendo lo que siempre se hizo.

-          Ir a por leña es otra gran tradición, puede pasar de todo si te quedas embarrado con el tractor entre el camino del montico y el camino de las bodegas. Si eso pasa, unos cuantos vecinos te irían a ayudar porque, aunque no lo parezca, en los pueblos la gente se ayuda mucho y se da mucho.

...

En definitiva, la vida en el pueblo, como en cualquier otro sitio, es difícil pero lo bonito está en saber sacarle partido, disfrutarlo y salir al monte, al bar, a la plaza o a la reunión que se organice.

Una pueblerina, muy leonesa.

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Un día más, Navidad

Será porque se acerca la Navidad, por eso que llamamos sentimiento navideño, y me hace estar más sensiblera pero es que le veo la parte bonita hasta al aire locuelo que hace por Zaragoza.

La Navidad es bonita en eso estamos todos de acuerdo. Pero también es muy "jodida"; es jodida de llevar cuando el listo de tu jefe, desde su cómodo y calentito sofá, decide que tienes que trabajar hasta las nueve de la tarde el día de Noche Buena o Noche Vieja, ¿cómo podrás llegar a cenar a casa de tu familia si viven a más de 300 km?, pues sin llegar, quedándote en casa cenando solo con tus gatos o con la única compañía de la televisión, en este caso la Navidad no es bonita; la Navidad es jodida cuando una sola persona tiene que cocinar para todo un batallón de familiares hambrientos quienes deciden estar muy ocupados para ayudar a la que ejerce de cocinera, quien acaba dormida en el sofá antes de las 12 campanadas; la Navidad es jodida cuando en la mesa familiar empiezan a estar huecos vacios, cuando los recuerdos te dicen que ya nada volverá a ser lo mismo esas fechas porque las personas que hacían especiales esos días ya  no están; la Navidad es jodida cuando una pareja de ancianos se encuentra sola en casa o en una residencia, lejos de los barbaros de sus familiares quienes creen tener una vida social muy repleta en la que no tienen cabida esas dos personitas tan especiales. Por todo eso y mucho más, la Navidad es difícil para muchos, menos jodida para otros y más fácil para algunos. Lo mágico está en encontrarle lo bonito aunque sea a un pequeño instante.

Y sí, claro que la Navidad es bonita pero no por los regalos y por las grandes comilonas dignas de un frasco de sal de frutas, la Navidad es bonita por muchas otras cosas menos mundanas. Yo veo la belleza de la Navidad en los niños que preparan durante un mes un villancico para cantarlo el día 22 en una residencia de ancianos, veo la belleza cuando el jefe decide premiar a sus trabajadores por el buen trabajo realizado durante todo el año, la vuelvo a ver cuando un grupo de voluntarios ayuda a que los mendigos de la ciudad pasen, al menos, una noche más calentitos y menos solos, la vuelvo a visualizar cuando los hijos o sobrinos de esos ancianos que viven solos deciden pasar horas a su lado, la observo cuando se cantan canciones alrededor de la mesa, cuando todos ayudan a cocinar, cuando la familia de ese trabajad@r que tiene que currar hasta las nueve de la tarde en Noche Buena decide trasladarse a casa de ese currante para poder pasar esa noche tan especial en familia y, finalmente, la belleza de la Navidad será más cuando dejemos a un lado el ego y practiquemos más la empatía y la ayuda mutua porque un te quiero y una mirada cariñosa siempre tendrá más valor que un regalo comprado a última hora en un gran almacén.

Época de Navidad, época para practicar la humanidad, el altruismo y la sensibilidad. 

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La verdadera Navidad

Desde mi perspectiva actual, la manera en la que disfrutes algo te define como persona. No hacen falta demasiados lujos, ni grandes cenas y mucho menos grandes pilas de regalos para disfrutar de la Navidad, lo único necesario es tener a tu lado a las personas que quieres.

La Navidad para una niña de pueblo empezaba en el cole, preparando la función navideña. Daba su pistoletazo de salida con esa actuación. Me encantaba ver a casi todo el pueblo reunido, admirándonos y aplaudiéndonos como si fuéramos estrellas de Hollywood.

 La Navidad para una niña cuya madre tenía una tienda empezaba un mes antes, cuando llegaban los higos secos, los pistaños, los turrones…nos poníamos las botas por adelantado. ¡Cómo disfrutaba poniendo los adornos navideños en la tienda de mamá!

Ahora y desde hace unos años, la Navidad empieza cuando, desde mi habitación, me despiertan los canticos de los niños de San Ildefonso, con su característica voz de pito jaja. Después de eso, siempre vienen las lamentaciones de los vecinos, amigos y familiares “otro año que no toca”, “el año que viene será”, “lo importante es tener salud”… y la alegría de los afortunados en la televisión. No hay ningún año que no llore viendo las caras de felicidades de la gente que celebra por haber sido agraciada con un décimo de lotería. Ah, y no se me puede olvidar la canción de “vuelve a casa por Navidad” de ese famoso anuncio de turrón, siempre lloro con él y con el anuncio del calvo…qué pena que lo quitaran. Recuerdo ir a buscar a mis abuelos con el coche para celebrar la Navidad en casa, recuerdo celebrar en su casa, nos recuerdo a mi hermana Miriam, a mi primo y a mí haciendo travesuras, a mi hermana Noelia grabándolo todo como si de una reportera se tratase y recuerdo a mi abuelo mirándonos por el rabillo del ojo por si hacíamos travesuras, nunca olvidaré su “pero que quinquilleros sois” y nunca lo olvidaré a él. Nos recuerdo de pequeños cantando villancicos, ayudando a abuela a preparar la vinagreta de los langostinos, aunque realmente molestábamos más que ayudábamos, siempre nos peleábamos por ver quién picaba los pepinillos, la cebolla o el pimiento…qué bonita es la memoria.

En la actualidad, en mi casa, al igual que en muchas, la Navidad no es lo mismo. No es lo mismo cuando se va una pieza fundamental de la familia. Pero, a pesar de todo, gracias a la Navidad vuelve a nosotros una esencia, que no sé cómo y por qué, el resto del año esta adormecida; vuelve la magia, nuestra parte infantil, esa parte que nos hacía vivir esas fechas con una gran alegría. Ahora, cuando se me olvida un poco esa esencia, cuando me acuerdo de los que no están, intento mirar al mundo con los ojos con los que miraba esa niña que era, con una mirada plagada de magia e ilusión.

A la Navidad, esa época en la que dejamos de ser un poco adultos y para ser un poco más niños.

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El verdadero invierno

Desde lo más recóndito de mi memoria, se viene, a menudo, a mi cabeza, mi infancia. Casi todos los recuerdos que añoro son de finales de otoño, invierno y, cómo no, Navidad.

No echo de menos la Navidad como la mayor parte del mundo la concibe hoy en día; en un mundo globalizado y consumista solo parece importar lo material. Al margen del marketing, los anuncios y los catálogos de regalos con los que hoy nos bombardean, mi concepto de invierno y de navidad se aleja de todo eso.

Para mí el invierno se veía venir cuando mamá y papá traían las alubias en el trillo; yo era pequeña y esa máquina tan rara me daba un poquito de miedo, me recordaba a un dragón verde muy hambriento, tal era el hambre que tenía que algunos días se estropeaba por comer con tanta ansia, era un mal educado. Mamá decía que el trabajo en las alubias era muy necesario porque una parte del dinero obtenido con ellas sería para comprar unas botas para el invierno. Nunca se me olvidará lo de las alubias y las botas, era la forma más sutil de explicarle a unas niñas pequeñas el valor del trabajo.

Cuando iba llegando el frío, salía  de su escondite estival la estufa de madera y carbón que teníamos en la galería. Adoraba ese artilugio y adora más las largas tarde que pasaba jugando en torno a ella. Eso sí, aunque le tuviera mucho cariño a la estufa, el respeto era enorme, no quería ir al médico con una quemadura en la mano o en el brazo. Añoro la imagen de papá prendiéndola con tanto mimo y cariño.

Deseaba que llegara el invierno para ponerme esa ropa tan especial. La mayor parte de los niños disfrutaban y deseaban el verano para poder ponerse manga corta, pero yo no. Las bufandas eran mis amigas, los guantes mis aliados, los abrigos mi mejor morada cuando escondía la cabeza imaginando historias infantiles y los gorros…adoraba los gorros con esos pompones encima, ayudaban a que los pájaros que tenía en la cabeza no se escaparan. Gracias a esos gorros, los pájaros siguen estando aunque, eso sí, un poco más viejos y desplumados.

Ir por la noche a casa de abuela Herminia a por huevos era como penetrar el bosque más oscuro y tenebroso, y eso que no había ni arboles ni alimañas por el camino. Lo que pasa es que las noches de invierno en León son dificillas; la niebla, el frio, la noche cerrada y las sombras hacen que una niña de siete años se agarre a la bata de su mamá como un percebe se agarra a la roca en plena campaña navideña.

Cuando se acercaba la Navidad empezábamos a preparar el festival en el cole. Los primeros años apenas los recuerdo, pero en mi cabeza hay un enorme telón rojo que me daba mucho miedo porque cuando se abría había una masa de gente. A medida que crecí, me fue gustando más actuar en el colegio, hasta quería ser protagonista. Esos días eran maravillosos, avisábamos a todo el mundo para que fueran a vernos, nuestras madres se ayudaban para hacer el mejor atrezzo posible e incluso nosotros íbamos a por bancos al bar y a alguna casa para que el público pudiera sentarse. Me encantaban esos días prenavideños.

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