Relatos a deshora II

Siempre fui de obsesiones; cuando quería lograr algo no me bastaba dejarlo a medias. Me obsesionaba de tal manera por algo que  leía libros y artículos hasta las tantas, veía videos, hablaba con gente y compartía experiencias hasta llegar al punto en el que me veía capaz de alcanzar la meta. No había término medio, solo me permitía alcanzar el éxito.

Hubo una época en la que me obsesionaba lo paranormal, la vida fuera de la tierra, el universo, los agujeros negros y los supuestos agujeros de gusano,…soñaba con ello día sí día también, me veía dentro de una nave espacial cayendo al vacio una y otra vez;  sin saber por qué ese bucle se repetía. De repente, una noche, dejé de soñar y, al día siguiente, deduje que no debía estudiar más al respecto, deduje que lo extraño y lo que no podía entender me asustaba.

En otra época intentaba comprender el porqué de ciertos comportamientos humanos. Llegué a adorar la psicología, el coaching, la meditación,…hasta que la obsesión volvió. Analizaba a todo el mundo, le decía a la gente una y otra vez que hacía mal y que tenía que cambiar. Hasta que llegó un punto en el que la realidad supero a los sueños. En los sueños la gente me analizaba a mí y en la vida real se enfadaban por mi prepotencia y petulancia.

Las obsesiones venían de repente y se iban cuando los sueños me atormentaban. Los sueños me indicaban que debía dejar ir a la obsesión que en ese momento ocupaba mi tiempo libre. La frustración también me acechaba a menudo; quería alcanzar todo a la primera, saberlo todo, pero nadie es perfecto, yo no era perfecta, pretender serlo es siempre un error.

Ahora, con el paso del tiempo, trato de controlar esas obsesiones que intentan traspasar la barrera de la tranquilidad. Maquillo las obsesiones con nombre de hobbies, unos hobbies que me esmero para que no superen las tres horas diarias, cuatro días por semana.

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