Mi compañera de vida 4

Capítulo III: Una nueva etapa

A pesar de los golpes que la vida había dado a mi familia, todos salimos hacía adelante gracias, en gran parte, a mi madre; siempre admiraré su fortaleza innata y su coraje. Muchas noches, sin que ella se diera cuenta, la escuchaba llorar y mi padre la intentaba calmar. Ella era la fuerte pero a veces esa fortaleza sucumbía dejando a su paso una estela de miedo y horror. De cara a nosotras ella sonreía, nos daba ánimos y siempre decía que todo saldría bien y así fue, todo salió bien. Ahora vivimos más o menos bien, la enfermedad nos ha dado una tregua. Vera y Rita viven felices en casa de los abuelos y Patricia lucha por quedarse embaraza.
Yo he terminado mis estudios y me he convertido en Técnico Superior en Laboratorio de Análisis y de Control de Calidad. Sueño con encontrar un trabajo cerca de mi familia y mi novio. Sí, novio. Poco antes de terminar mis estudios hice un viaje con mis amigas y Carlos a Zaragoza y allí sucedió. Los dos paseábamos por la orilla del río Ebro, bajo el precioso puente romano y allí, con esa estampa tan idílica, se declaró.
-Carol, quiero y necesito confesarte algo. Hace unos cuantos años que nos conocemos y desde el momento que descubrí como eras tuve claro que eras la mujer de mi vida, una mujer fuerte, luchadora y con un aura muy especial-. Ante estas palabras me quede atónita, no sabía que decir.
-¿No vas a decir nada? –dijo Carlos asustado.
-Claro que sí. Los sentimientos son mutuos. Recuerdo los momentos antes de vernos. No quería quedar pero gracias a que mis amigas me convencieron te pude conocer en profundidad. Eres ese tipo de personas que conoces y sabes que van a estar a tu lado siempre, eres protector, atento, cariñoso y creo que vamos a formar una pareja muy especial y diferente. Sí, con esto te estoy respondiendo. Probemos a estar juntos.
En ese momento, nos fundimos en un largo y cálido abrazo. Nunca olvidaré ese momento tan especial pero también tengo miedo, miedo a no dar la talla, a ser celosa y miedo a que Carlos en algún momento se convierta en un monstruo como pasó con Jaime pero por ahora estoy dispuesta a arriesgarme.
 
Dos meses después Carlos y yo nos fuimos a vivir juntos, mis amigas y mi familia me apoyaron en la decisión porque me veían feliz. Poco a poco fuimos entrando en la rutina, conociéndonos aún mas y, sobre todo, descubriendo que realmente estábamos hechos el uno para el otro. Nos compenetrábamos muy bien; cuando yo estaba desanimada él me animaba, cuando él estaba triste yo le sonreía, cuando él trabajaba yo cocinaba y cuando los dos estábamos felices decidimos que en un año nos casaríamos y formaríamos una familia tan bonita como la de mis padres.
Mi hermana Patricia y Mario por fin lograron tener un bebé. Hace un mes nació Carolina y yo soy madrina; ellos tres viven felices y dan gracias a dios porque Carolina no haya nacido con la odiada enfermedad.
Mi hermana Vera sigue siendo una luchadora; día a día supera asaltos pero todos ellos merecen la pena por ver la sonrisa de Rita. Y mis padres… bueno mis padres están disfrutando la vida como nunca antes lo habían hecho. Mi padre se prejubilo y cada seis meses recorren algún país inhóspito llevando a cabo labores humanitarias.
 
Hoy tengo 26 años y todos los días me levanto con una gran sonrisa en la cara dándole gracias a dios por la vida; cada vez me quiero más y también quiero a mi enfermedad. La quiero porque me ha enseñado el verdadero sentido de la vida, el significado del amor de unos padres hacia sus hijas, el fuerte sentido maternal que lleva a una madre a luchar durante años por hacer felices a sus hijas y, sobre todo, doy gracias a una gran persona, una persona que movió cielo y tierra por verme feliz, a ella, a ti, gracias mamá.