Mi compañera de vida 1

Las lluvias habían llegado a su fin y, con su partida, el dolor remitió.
Nuestra familia siempre se había caracterizado por ser valiente y superar cada afrenta que nos ponía el destino. Las mujeres de mi familia arrastramos un lastre físico desde hace generaciones, un dolor, a veces incontrolable, que nos llegaba desde lo más profundo de las entrañas.
Yo, mujer, no iba a ser menos; a los catorce años apareció la enfermedad, una enfermedad que me obligaba a ser fuerte y a no tener miedo a la mayoría de las cosas a las que le tendría pavor una chica de mi edad. Mi compañera de vida, como yo la llamo cariñosamente, es la artritis. Desde que tengo uso de razón, recuerdo a mis hermanas llorar por las noches y arrastrarse a gatas hasta la habitación de mis padres para que consiguieran curar sus heridas. 
La enfermedad nos viene por parte de mi padre; él trabajaba continuamente y era mi madre quien tenía que soportar todos nuestros dolores, llevarnos al médico, despertarse por las noches para darnos masajes…ella era y es nuestra heroína.
A parte de mi madre, existen otras dos heroínas innatas en mi vida, ellas son mis hermanas. Mi hermana mayor, Vera, es la más valiente, una luchadora  férrea; la enfermedad le llegó muy pronto, nada más y nada menos que a los diez años. Con el paso de los años Vera se ha convertido en una mujer valiente y, a pesar de permanecer largas temporadas en el hospital, logró su sueño de ser enfermera para poder ayudar a personas que pasaban por la misma situación que ella.
Después de unos años, Paula llegó al mundo. Mis padres deseaban un niño porque no querían ver sufrir a otra hija más, pero se alegraron cuando le vieron la carita entre los brazos de mi madre segundos después de dar a luz.
La infancia de Paula fue feliz. Siempre ayudaba a Vera en todo lo que podía y se interesaba por las características de la enfermedad. Como no podía ser de otra manera, ella quería ser traumatóloga.
Con el paso de los años, Paula empezó a tener molestias y el pico de la enfermedad le llegó a los 19 años cuando empezaba sus estudios de medicina en la universidad. El caso de Paula tiene peculiaridades; dentro de la artritis hay un largo espectro de variantes y ella tenía una tipología muy dolorosa y complicada, espondilitis anquilosante. La espondilitis le hacía tener fuertes dolores en la columna vertebral la cual se hinchaba, se ponía rígida y apenas podía moverse. Además, había épocas en las que el dolor y la hinchazón también afectaban a los hombros, a las rodillas y a los tobillos. Yo tenía diez años cuando vi a Paula llorar al tener que abandonar la facultad para ser ingresada
en el hospital durante meses.
La relación de mis padres se resquebrajaba por momentos; mi madre era la que llevaba el peso emocional de la familia y mi padre, simplemente, se lamentaba día tras día por tener que ver sufrir a sus hijas.
-No puedo más Manuel, pasas muchas horas fuera de casa por el trabajo y yo sola no puedo con todo. Además, no te había dicho nada antes para no alarmarte, tengo una falta, creo que estoy embarazada-. Así fue como mi padre se enteró de que yo estaba en camino. Fui algo inesperado, no buscado pero ambos me recibieron con el mayor amor del mundo y mis hermanas, cuando su enfermedad se lo permitía, me cuidaban y mimaban.