allí estaba de nuevo

Como cada fin de semana, me encontraba sentada en la estación de tren, me gustaba ir una hora antes de mi partida para observar la vida de las personas que por allí pasaban; la mayoría de las almas que inundaban aquel lugar tan amplio eran solitarias, caminaban como noctambulas cegadas por un destino que se presagiaba no muy lejano. Algunos iban en pareja, otros venían ilusionados, otros simplemente viaja por obligación laboral pero ninguno de ellos se paraba a observar lo bonito de estar en una situación como aquella.

Para mí, cualquier situación de cambio, cualquier salida es una maravilla, una oportunidad para conocer y valorar las pequeñas cosas de este mundo tan cambiante.

Lo reconozco, soy rara, no hago las cosas consideradas normales: en primavera, protegida con mi paraguas, recojo flores silvestres ante las miradas extrañadas de los caminantes, me siento en un banco a observar a la gente que pasa imaginando el porqué de sus caras tan  largas, camino por el campo y cierro los ojos para escuchar el sonido de la naturaleza y me asusto de la dependencia insana  que la mayor parte de las personas de este planeta tiene por los móviles, sigo el rumbo de la naturaleza, persigo el olor de las flores y el trinar de los pájaros, dibujo y escribo lo que sueño, enloquezco con lo antiguo, odio lo moderno, no corro cuando llueve, saboreo el olor de la calle cuando llueve y adoro sentirme libre.

Ser así y desear seguir siendo de esta manera tan  especial es mi mayor tesoro.