Mis dos pulseras

Apenas he dormido tres horas y mi cabeza no para.

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Son las dos de la mañana y estoy en una plaza un tanto extraña; al fondo un edificio deteriorado,  posiblemente un antiguo seminario, y a la derecha diviso en dos ventanas, en diferentes pisos,  como dos chicos se afanan en estudiar lo que, seguramente, será su último esfuerzo formativo antes de las vacaciones de verano. Estoy algo revuelta, la cerveza causa últimamente estragos negativos en mí. ¿Nerviosa? Puede, pero me encanta esa sensación, me encanta ponerme a prueba.

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Son las 10 de la mañana. No he parado de dar vueltas en la cama, la crisis existencial vuelve a mí. ¿En serio quiero esto para mi vida? ¿De verdad quiero trabajar el resto de mi vida aquí? ¿Hasta el momento, he hecho algo que merezca la pena ser contado a alguien? y un largo etcétera de preguntas sin respuesta.

La noche pasada, en ese parque, de nuevo se puso mi sistema de creencias en jaque. A mí alrededor todo el mundo sigue los mismos patrones, pero hay algo dentro de mí, supongo que es mi verdadero yo deseando salir, que me dice que no quiero guiarme por esas normas, ni seguir esos estándares y que, ciertamente, anhelo una vida completamente diferente.

Escucho ensimismada las historias que me cuentan de una vida de aquí para allá, de un constante ir y venir, de saber dónde te levantas pero no saber dónde dormirás, de llevar como único equipaje una mochila y unas botas/zapatillas desgastadas que han pisado más suelos que cualquier ser humano normal y corriente, del dar más importancia a las experiencias que al dinero, del probar diferentes sensaciones en diferentes países, del tener historias que merecen ser contadas una y otra vez, del no hacer planes a largo plazo, del vivir a la marcha, al máximo y exprimiendo cada minuto y, sobre todo, conociendo gente una y otra vez. Todo esto me motiva; me motiva mucho más que la larga lista que veo cada mañana sobre mi escritorio de cosas que debo hacer antes de cumplir los treinta, una lista socialmente establecida.

Y es que en el fondo ni siquiera eliges al 100% el corte de pelo que llevas; todas las decisiones que tomas están condicionadas por las experiencias que has vivido, por la educación que has recibido en casa, el discurso que has escuchado constantemente a tu alrededor, el ejemplo de vida que prima en tu pueblo o en tu ciudad…todo eso hace que, la mayor parte de las veces, te decantes por unos estudios o por otros, por un estilo de vida o por otro y por una manera de pensar u otra. ¿Quién sabe lo que sería ahora si hubiera nacido en Tailandia o en Cuba? Tal vez sería una encantadora instructora de buceo con más de 500 inmersiones realizadas o una mochilera atrevida viajando sin parar.

En mi mano izquierda una pulsera que me recuerda el placer de atreverse a salir de la zona de confort, una pulsera que alguien me regalo en un lugar al que no me hubiera atrevido a ir si no hubiera dejado atrás el miedo y el qué dirán. Y en mi mano derecha, el recuerdo de una persona que me ayudo a que la crisis existencial aflorara, a que me planteara si mi vida tal y como era hasta el momento tenía sentido. Y si, constantemente llevo estas dos pulseras conmigo, como amuletos, como mantras, como guías para no olvidarme del camino que mi yo verdadero quiere que siga.

¿Por qué debemos tener un solo trabajo si podemos disfrutar de tantas experiencias como deseemos? ¿Por qué elegir un lugar para vivir si hay millones de sitios esperando ser descubiertos y disfrutados? ¿Por qué tener miedo a un futuro sin seguridad social o pensión si ahora tengo 27 años y un montón de años por delante para exprimir cada recoveco del mundo? ¿Tiene sentido ganar dinero únicamente para tener cosas o para pagar deudas? ¿Tiene sentido perder tu tiempo para ganar un dinero que después vas a gastar en algo material, en algo efímero?...

Qué dilema constante…odio la rutina, odio llevar un año en el mismo lugar, mi creatividad se está apagando ante esta situación, mi yo verdadero no para de mandarme mensajes a través de sueños y de dolencias físicas para que reaccione y yo, con el hijo de puta del miedo acuestas, no hago nada para cambiar esta situación.

Pero me encanta conocer personas que,  aparentemente, son diferentes pero, en el fondo, son iguales a mi yo real; personas que se comen el mundo, que quieren conocer cada rincón de este precioso planeta, personas sin imponerse normas sociales absurdas, personas que tienen miles de historias dignas de ser escuchadas y admiradas, personas inteligentes a nivel inter e intrapersonal y, en definitiva, personas que el universo pone ante mí para que por fin, haga clic y diga: "mañana cojo una mochila y me piro a recorrer el mundo".