La verdadera infancia

Continuamente añoro momentos en los que yo era la protagonista, momentos en los que todo el mundo se dirigía a mi hermana y a mí como "las niñas": ¿Dónde están las niñas?, ¿las pequeñas van a venir?, ¿están las niñas en casa?, esto es para las pequeñas...así se referían a nosotras mis abuelos, gente del pueblo, padres...en definitiva, éramos los "juguetines de la casa"; añoro, incluso, las normas y las prohibiciones que mis padres nos hacían cuando éramos pequeñas: "Lavaos las manos que vamos a comer y ya sabéis que si no las laváis es como si estuvierais comiendo con bacterias" nos decía siempre padre, o el "poneros la bata para comer" que siempre repetía mi madre. Echo de menos el vivir tan tranquilamente que nuestra única preocupación era acabar rápido de comer en verano para que se pasaran lo antes posible las dos horas y media de digestión y poder meternos en la piscina de 8 patas que teníamos siempre en el patio o llegar a las 10 a casa en verano, cenar lo más aprisa posible, estar listas para cuando llegaran los amigos a buscarnos y poder salir al mítico "fresco" y jugar a miles de juegos que hoy en día casi ningún niño juega por estar inmerso, casi hipnotizados, en sus videojuegos.

Quién no se acuerda de esos clásicos juegos a los que dedicamos tantas horas en verano, el brillé, planos, sangre, el escondite con botella, el pañuelo, el pañuelo por detrás...muchísimos y cada uno de ellos asociado a un recuerdo que está guardado de manera muy nítida en mi memoria como algo casi mágico. 

La infancia es, y si en algún caso no lo ha sido debería haberlo sido, la mejor etapa de toda persona, en ella vivimos los mejores momentos, forjamos las bases de lo que será nuestra futura personalidad, llevamos a cabo relaciones sociales imprescindibles para nuestras venideras interacciones en el mundo de adultos...y, honesta y sinceramente, es la etapa en la que somos, sin saberlo, más felices. El resto de la vida nos la pasamos intentando revivir esos momentos tan especiales, haciendo todo lo posible para poder inculcar el día de mañana a nuestros hijos todos esos valores y vivencias que nos hicieron tan felices en ese momento. Se convierte para nosotros en algo casi onírico, como un sueño, nos gustaría volver a ese estado de bienestar y tranquilidad pero es una verdadera utopía, un imposible. 

En definitiva, todos los padres deberían ayudar a sus hijos a que pudieran vivir ese tipo de infancia que nosotros vivimos, una infancia en la que los videojuegos y las largas horas frente a una pantalla no tenían cabida, una infancia en la que lo que realmente primaba eran los larguísimos veranos disfrutando de los amigos, de la calle, las mañanas o tardes ayudando a los abuelos a hacer cualquier tipo de cosa, las marcas en las rodillas y en los codos con las que presumir de "cicatrices de guerra" con los amigos, las carreras con bicis por el pueblo, las casetas que siempre se caían por arte de magia o las miles de gamberradas que "liábamos" por el pueblo.

A todos esos nuevos padres deciros que les brindéis a vuestros hijos la oportunidad de vivir una gran y maravillosa infancia que recordaran el resto de su vida.