El verdadero invierno

Desde lo más recóndito de mi memoria, se viene, a menudo, a mi cabeza, mi infancia. Casi todos los recuerdos que añoro son de finales de otoño, invierno y, cómo no, Navidad.

No echo de menos la Navidad como la mayor parte del mundo la concibe hoy en día; en un mundo globalizado y consumista solo parece importar lo material. Al margen del marketing, los anuncios y los catálogos de regalos con los que hoy nos bombardean, mi concepto de invierno y de navidad se aleja de todo eso.

Para mí el invierno se veía venir cuando mamá y papá traían las alubias en el trillo; yo era pequeña y esa máquina tan rara me daba un poquito de miedo, me recordaba a un dragón verde muy hambriento, tal era el hambre que tenía que algunos días se estropeaba por comer con tanta ansia, era un mal educado. Mamá decía que el trabajo en las alubias era muy necesario porque una parte del dinero obtenido con ellas sería para comprar unas botas para el invierno. Nunca se me olvidará lo de las alubias y las botas, era la forma más sutil de explicarle a unas niñas pequeñas el valor del trabajo.

Cuando iba llegando el frío, salía  de su escondite estival la estufa de madera y carbón que teníamos en la galería. Adoraba ese artilugio y adora más las largas tarde que pasaba jugando en torno a ella. Eso sí, aunque le tuviera mucho cariño a la estufa, el respeto era enorme, no quería ir al médico con una quemadura en la mano o en el brazo. Añoro la imagen de papá prendiéndola con tanto mimo y cariño.

Deseaba que llegara el invierno para ponerme esa ropa tan especial. La mayor parte de los niños disfrutaban y deseaban el verano para poder ponerse manga corta, pero yo no. Las bufandas eran mis amigas, los guantes mis aliados, los abrigos mi mejor morada cuando escondía la cabeza imaginando historias infantiles y los gorros…adoraba los gorros con esos pompones encima, ayudaban a que los pájaros que tenía en la cabeza no se escaparan. Gracias a esos gorros, los pájaros siguen estando aunque, eso sí, un poco más viejos y desplumados.

Ir por la noche a casa de abuela Herminia a por huevos era como penetrar el bosque más oscuro y tenebroso, y eso que no había ni arboles ni alimañas por el camino. Lo que pasa es que las noches de invierno en León son dificillas; la niebla, el frio, la noche cerrada y las sombras hacen que una niña de siete años se agarre a la bata de su mamá como un percebe se agarra a la roca en plena campaña navideña.

Cuando se acercaba la Navidad empezábamos a preparar el festival en el cole. Los primeros años apenas los recuerdo, pero en mi cabeza hay un enorme telón rojo que me daba mucho miedo porque cuando se abría había una masa de gente. A medida que crecí, me fue gustando más actuar en el colegio, hasta quería ser protagonista. Esos días eran maravillosos, avisábamos a todo el mundo para que fueran a vernos, nuestras madres se ayudaban para hacer el mejor atrezzo posible e incluso nosotros íbamos a por bancos al bar y a alguna casa para que el público pudiera sentarse. Me encantaban esos días prenavideños.

Resultado de imagen de niebla vintage