Superficialidad

¿Y me puedes describir un poco cómo eres? –me dijo.

Te comento, una de las cosas que más me gusta es estar en la naturaleza, salir al campo y respirar aire puro…-terminé de seco tras su interrupción.

No me refiero a cómo eres personalmente, me refería a cómo eres físicamente, -apostilló tan campante.

Este tipo de conversación no es un caso aislado, es una de las grandes realidades de la sociedad en la que vivimos. Hombres y mujeres superficiales, a quienes más que importar cómo es la personalidad de alguien, les importa que cumpla unos cánones fijados por unas modas y estándares artificiales.

Desde siempre he creído que el físico es algo poco importante, una pantalla en la que puedes proyectar lo que quieras, una proyección que puede no tener nada que ver con lo que hay en el interior del “aparato”.  Y es que, en realidad, la mayoría de personas se preocupan por tener un cuerpo esplendido, se pasan horas haciendo ejercicio para que los demás vean el cuerpazo que tienen, usan cremas cargadas de químicos que prometen rejuvenecer y maquillajes que logren ocultar esos defectos que consideramos impropios en una sociedad que tiene que ser perfecta, en la que las arrugas, manchas, granitos, estrías, piel de naranja y celulitis no tienen cabida.

Todos lo hacemos, en mayor o menor medida, lo hacemos; yo reconozco que uso maquillaje para tapar alguna que otra inseguridad. Me incomodan esos granitos que de vez en cuando salen fruto del estrés o esas arruguitas, casi imperceptibles, presentes en el entrecejo fruto de mi gran expresividad facial. Y es que somos producto de esos estándares que nos oprimen, esos que nos dicen que debemos ser perfectos, que si no haces esto o lo otro, como todo el mundo lo hace, estas fuera del sistema, eres un perroflauta o vete tú a saber que apelativo. ¿Y por qué ocultar esas supuestas imperfecciones, si, en realidad, es lo que nos hace diferentes al resto de las personas, nos hace ser únicos?

Hasta hace nada usaba sujetador todos los días y en realidad desde que empecé a usarlo me incomodaba, ciertamente lo odiaba con todo mi ser; me pasaba la vida tirando de él hacía abajo porque era como si alguien estuviera apretándome todo el rato. Y no fue hasta que conocí a alguien un poco “antisistema”, realista e inteligente, que puso en jaque toda mi aceptación social, que decidí declararme en huelga contra el sujetador. Siempre me decía todo el mundo que había que llevarlo porque estilizaba, porque sino el pecho se caía, que hacía una bonita figura y que a las mujeres que teníamos poco pecho nos hacía parecer que teníamos más ¿pero quien os ha dicho que quiera tener más o que las que tenemos menos pecho seamos unas infelices y las que tienen mucho son felices? La realidad es que lo importante no es el tamaño sino la seguridad y la aceptación hacia lo que tienes. Pero lo que nunca nos dijeron es que esos odiosos aros que llevan los sujetadores pueden llegar hasta ser cancerígenos o deformar la estructura natural del pecho. Pero claro, como en todo en esta falsa sociedad, te venden lo supuestamente bonito ¿Y por qué conformarse con llevar algo que te oprime? ¿Para gustar más a los demás, para parecer de catálogo, para dar la impresión de tener más pecho? Después de un montón de preguntas dije “hasta aquí”. El llevar sujetador es una moda más, la aceptación de un estándar absurdo. Lo importante, como en todo, es sentirse cómodo, a gusto, relajado porque si uno se gusta y está cómodo tendrá todo ganado.

Una vez más, quedó clara la importancia de lo socialmente establecido en la siguiente anécdota que viví hace un tiempo. En aquel momento ya estaba en huelga contra el sujetador y salí de fiesta; dudé en si ponérmelo o no ese día, aún no era libre del todo a nivel de creencias. Finalmente, tras mucho darle vuelta y decantarme por una camisa holgada, decidí no llevarlo puesto esa noche. Estando con mis amigas me sentía insegura sin él, a pesar de que lo odiaba, era como si me faltara algo, sentía que me miraban en esa zona. Pero nada más lejos de la realidad. Me di cuenta de que era la primera vez que me sentía 100% cómoda estando de fiesta, no tenía la necesidad de tirar del sujetador para abajo y que si a alguien le molestaba que mis pezones se marcaran pues que no miraran, ese era su problema no el mío. Esta es la prueba que muestra de qué modo las convenciones sociales están instauradas en nuestro interior, sintiéndonos hasta mal con nosotros mismos si no las cumplimos, sintiéndonos hasta inseguros y pequeñitos.

Otra clara convención social, es la ropa. Cada poco salen modelos nuevos, camisas de este u otro color, ahora se llevan los sombreros y mañana se llevaran las gorras, hoy se llevan los pitillos y pasado serán los pantalones de campana. Como me pasó anteriormente con el resto de creencias, llegó un punto que dije hasta aquí. Un día colocando el armario, me di cuenta de que tenía mucha más ropa de la que necesitaba. ¿Por qué estar malgastando tu tiempo y dinero en seguir modas, cuando tienes ropa que puedes usar, adaptar a tu estilo durante un montan de tiempo? La verdad es que he cambio mi pensamiento. Ahora me gusta sentirme diferente, no llevar puesto lo que todo el mundo lleva y usar esa ropa que tengo en el fondo del armario, que aunque no sea tan actual, me encanta y me hace sentir que soy fiel a mis principios. De la misma manera, me encanta cruzarme con personas que no siguen esos estándares, personas que visten a su manera, con cualquier cosa, con estilo propio y no como una oveja más de este rebaño en el que vivimos. La forma en la que vistes muestra, en gran medida, tu personalidad, es un gran truco, cuando conoces a una persona, te muestra cómo es, es como si fuera un folleto de presentación. Prefiero a una persona que como catalogarían muchos “rara” o “que parece que va a la recogida de la aceituna” a una persona que se tira cinco horas para elegir su modelito, en lugar de estar disfrutando del momento.

Y es que salgo a la calle y noto como las personas que yo denomino “miembros del rebaño” se juntan; veo a los típicos chicos que llevan ese tupe tan alto enlacado y pantalones hiperapretados con chicas que siguen todos y cada uno de los tips de las it-girls del momento. Y la verdad es que me aburro soberanamente, me aburre la superficialidad del sistema que han creado.

Yo voto porque la gente deje de estar con la venda en los ojos, con los tapones en los oídos y con la mordaza en la boca. Dejarse llevar por lo que uno realmente quiere, sin pensar en esos estándares sociales o en ser aceptados o no, porque la primera aceptación empieza por uno mismo. Dejar de cultivar tanto el exterior y empezar a cultivar el interior porque tenemos una sociedad que es perfecta a nivel físico pero inculta a nivel intrapersonal.

Quiero terminar este post lanzando vítores por esas personas valientes que se atreven a romper con las reglas sociales, por las ovejas negras del rebaño porque allí donde os intuya os lanzaré un largo “beeeeeeeeeee” para así juntarnos y crear una pequeña rebelión; la rebelión en contra de las conversaciones vacías, la rebelión que apueste por lo alternativo, a la que le dé lo mismo que alguien no lleve sujetador o que salga en pleno verano sin depilar, la rebelión a la que le guste lo sencillo, la que sea fiel a sus ideales sin dejarse llevar por lo que la mayoría quiere, por la rebelión que mire más allá de un físico y por la que no solo oiga sino que también escuche, por la que no solo mueva la boca sino que también hable con fundamento y por la que no solo pueda ver sino, también, mirar más allá de las apariencias.