Salir de la zona de confort

En aquella época, yo era de ese tipo de personas que se deja llevar por las corrientes, por las ideas que vienen de repente y por los consejos. Todo el mundo de mí alrededor, con mejor o peor intención, me aconsejaba que me alejara unos días de mi zona de confort. 

Nunca fui de las personas a las que les gustara salir de su zona de seguridad, no me gustaba conocer gente nueva, ni siquiera, de aquel entonces, me gustaba viajar. Me daba miedo perderme, no encontrar el lugar que buscaba o que alguien me pudiera robar. Era una niña y tenía los miedos típicos de la edad. Siempre viví cada cosa con su etapa naturalmente establecida, aunque ya no sé cuál es el orden natural de las cosas; después de ver a niñas de 15 años tener hijos me pregunto si mi primera vez fue en un orden naturalmente correcto. Jugué, jugué y jugué. A los 15 años ni siquiera pensaba en tener relaciones sexuales, me gustaba el lugar en el que vivía, era feliz y lo único que me preocupaba era el no tener demasiados deberes para poder salir a la calle, al monte o a casas abandonadas a descubrir con mis amigos los tesoros e incógnitas que escondía para nosotros el mundo.

Con el paso del tiempo veía que la gente de mi alrededor tenía pareja, novios, historias fugaces; se pasaban el día mandándose cartas o sms, ya no jugábamos y yo me pasaba el tiempo intentando convencer a mis amigos para jugar. Ellos ya no jugaban. Habían pasado a la siguiente fase, la fase que yo denomino "la estúpida adolescencia". Yo nunca pasé por esa fase, la evite, la rodeé y pase, directamente y sin preámbulos, a la fase adulta. No sé si es bueno o malo pero nunca tuve la necesidad de hacer el idiota por enamorar a un chico con 16 años, no lo creía necesario. Lo que si creía necesario, en cambio, era alargar al máximo, una etapa que nunca volvería, una etapa inocente, una etapa que adoraba y me permitía soñar. Desde mi punto de vista, queda mucho de esa etapa en mi, sueño cada día, cuando voy por la calle le busco una historia imaginaria a cada cosa, cuando veo una casa abandonada me gustaría entrar y ver que especie de tesoros puede haber en ella, no tienen por qué ser tesoros de oro  sino simples muebles  o libros antiguos, tesoros para mí más valiosos que cualquier metal. Me enorgullece haber vivido una infancia  tan larga, de no haber tenido “novios prematuros", de vivir la vida con inocencia y de haber visitado los lugares a los que he ido sorprendiéndome con cada mirada que dedicaba a los rincones de esos maravillosos lugares. 

Cuando salí de mi zona de confort, hacía tiempo que había dejado atrás  mi etapa infantil. Estaba incomoda, me costaba adaptarme, quería irme cuando estaba insegura…pero poco a poco me acostumbre.

Con el paso del tiempo, descubrí que pocas cosas me apasionaban más que viajar. Cada vez que visitaba un lugar nuevo sentía un cosquilleo en el pecho difícil de explicar, es un sentimiento parecido al que sientes cuando te enamoras ¿cómo se cuál es ese sentimiento? Lo sé porque me he enamorado o eso creo al menos. Enamorarse…esa palabra que asusta a muchos y a otros tantos enloquece; a mí me da miedo porque frena, limita e interrumpe el camino que has decidido darle a tu vida…pero ese es otro tema.

Cuando salí de mi zona de confort lo hice a lo grande. Viaje a un lugar especial y utópico. Cogí un autobús, iba con miedo, lo reconozco, pero me alentaba la idea de saber que nadie conocía dónde iba, que estaría sola con mis pensamientos, con mis locuras internas y eso me gustaba. Ese primer lugar, esa primer salida, siempre será mi segunda casa, una casa que sin gustarme la playa me enamoró del mar, una casa que sin gustarme conocer gente nueva me convenció para descubrir que hay personas maravillosas y una casa que sin gustarme las ciudades me enloqueció de los pequeños detalles de los edificios modernistas que cubren las grandes urbes.

“El día que volví a nacer”