Relatos a deshora III (C)

Había decido tomar el tercio de hamburguesa que había dejado a medio comer la noche pasada encima de la mesa. Desde hacía mucho tiempo mi apetito se  había visto reducido, nunca tenía hambre, lo que conllevo a que estuviera más delgada de lo normal.

Mi casa era una autentica ratonera, me daba vergüenza que alguien pudiera entrar y tildarme de guarra o desordenada, pero, ciertamente, hacía meses que nadie, digno de ejemplo a seguir,  venía a mi agujero. Pero eso tenía que cambiar, tenía que volver a ser la persona ordenada y limpia que era antes.

Estaba enfrente de esa iglesia y de esa frase. Después de darle muchas vuelta y armarme de valor, entré; en la fachada, una gran puerta de madera un tanto desvencijada, con antiguos clavos de un hierro impoluto y una manilla tan dura que para un cuerpo debilitado como el mío era imposible de abrir, presidía la entrada. La puerta físicamente imponía, pero espiritualmente aterraba, era como si el universo me impidiera la entrada, como si me estuviera mandando una señal, a través de la imposibilidad de entrar, de que me tenía que ir de allí. Absorta como siempre en mis absurdas divagaciones noté como de lejos una frágil voz se dirigía hacia mi persona.

      –Hola, espera. Yo te ayudo. Esta puerta del diablo está pidiendo a gritos que engrasen sus bisagras o de un momento a otro nadie podrá entrar o salir –dijo una voz aguda que salía de un hombre pequeño con barba larga.

      –Hola señor. Muchas gracias, casi dejo aquí mis manos intentando entrar  –añadí sonrojada.

      –No hay por qué dar las gracias, la ayuda mutua es uno de los mejores regalos del universo –me decía sin dejar de sonreír.

Por fin, después de que mi repentino compañero lograra abrir la puerta aplicando unos trucos especiales, conseguimos entrar. El lugar era un espacio maravilloso, con una arquitectura más espectacular que la que se vislumbraba en el exterior, era un sitio que transmitía una gran energía positiva. Me quedé embobada mirando cada uno de los detalles, analizando el origen de este u otro elemento arquitectónico y escudriñando qué es lo que allí se podría estar haciendo  teniendo en cuenta la frase de la entrada; ¿serían rabinos aplicando algún tipo de terapia psicológica? ¿harían sesiones de yoga? ¿harían meditación?...

De repente note como si una mirada inquisitiva estuviera puesta en mi espalda, seguido de unos cuantos susurros; tenía que dejarlo, tenía que abandonar esa manía de dejarme llevar por las divagaciones que mi cerebro tenía constantemente.

      –¿Estás conmigo? –me preguntó mi amigo barbudo. La verdad es que era una persona muy amable, parecía salida de un cuento de fantasía, en el que él sería el personaje bueno y entrañable que ayuda a los demás.

      –Sí, perdón. Estaba admirando la belleza de este lugar y pensando en cómo lograron hacer esta maravilla unas personas hace tantos siglos y con tan pocos recursos en comparación con los que tenemos ahora –inventé rápidamente para que no se diera cuenta de lo tonta que podía llegar a ser a veces. Si algo me caracterizaba, era la capacidad inventiva que tenía, para algo tenía que servir tener un cerebro activamente creativo, aparte de para hacer el ridículo de una manera soberana.

      –Vamos que estás pensando en qué hacemos aquí dentro, cómo unos religiosos pueden hacer para ayudar a otras personas sin pedirles nada a cambio. No te ofendas, pero en cuanto te vi supe que venías por la frase que mi compañero Hansel se invento entre cigarro y cigarro una noche lluviosa –qué gran capacidad la de mi nuevo amigo. Me estaba merecido por infravalorar la capacidad receptiva, en cuanto a verdades se refería, de los cerebros que coexistían con el mío. Me quedé perpleja, sin saber qué decir y roja como un tomate, de esos tomates que se cosechan en pleno verano que están tan buenos pero que, sobre todo, son exageradamente rojos.

      –No te preocupes mujer, aquí no nos comemos a nadie y mucho menos robamos. ¿Para qué íbamos a querer nosotros el dinero cuando lo que nos importa es lo espiritual? –qué sorpresa la mía, no daba crédito a lo que estaba escuchando. Todos los religiosos a los que había conocido les interesaba sobre manera el dinero y lo material; el cura del pueblo era un glotón interesado, que le había cobrado el uso de la iglesia a mi hermana  el día de su boda incluso sin haber oficiado la misa, el cura de mi comunión ahora era un ex-cura primo carnal de mi madre al que le gustaban más los regalos monetarios que a un niño un pirulí y el cura de aquel pueblo alemán, que visite el año pasado, cobraba por entrar en su refugio espiritual. Por lo tanto, hacía mucho que tenía una imagen en mi cerebro sobre lo que eran los clérigos, o al menos sobre lo que eran los clérigos cristianos.

      –No me malinterpretes. No pienso nada malo, solo estaba pensando en qué tipo de actividad se puede hacer aquí, pretendía hacerme una imagen antes de poder llegar a hacer el ridículo como de costumbre –que bobada lo que acababa de decir, le estaba mostrando a un desconocido, a través del mensaje subliminal que se desprendía de mi discurso, que mi autoestima no era de las mejores en ese momento. ¡Qué infantil podía llegar a ser a veces! –pensaba.

Continuará…

Creepy, but beautiful