EL DÍA QUE VOLVÍ A NACER

CAPÍTULO 1_ La noche definitiva

Era un día perfecto para ser disfrutado por cualquier persona normal, lógica y racional pero, también, un día perfecto para ese tipo de personas a las que les mueve la fantasía, la magia y la sorpresa. Sara tenía un poco de esos dos tipos de personas; en ocasiones era racional, metódica, guiada por un orden aterrador y en otras ocasiones se guiaba por impulsos basados en pensamientos animistas totalmente infantiles. Nada hacía presagiar que ese día fuera a tomar un matiz diferente. Ella tenía una idea muy clara y la iba a llevar a cabo.

La noche sombría solo se despertaba con las voces de jóvenes que vagaban por las calles de la ciudad, enfrascados con sus cazadoras y sus enormes bufandas para paliar el frio de esa gélida noche de invierno. Sara entró en ese lúgubre pub de la ciudad; era casi ensordecedor el ruido que allí había: música a todo volumen y el ruido del gentío que allí estaba, acompañado de esas luces de colores que ciegan a cualquier humano, convertían el ambiente en un lugar casi terrorífico para ella. Tenía una mala sensación, era como si supiera que algo malo iba pasar, algo que acabaría con su tranquilidad por mucho tiempo. Y, efectivamente, así sucedió, sus peores presagios se cumplieron. 

CAPÍTULO 2_ La huída

La primera razón por la que huyó lejos de su ciudad fue lo sucedido esa noche. Se dio cuenta que no podía seguir así, aferrada a unos sentimientos que lo único que hacían eran martirizarla y atormentarla todos los días al despertar. 

El tiempo pasaba y ella estaba completamente ilusionada con su futuro cambio de vida; con el andar de los días, iba organizando su "mudanza vital": compró un billete de ida pero no de vuelta, lo que alumbraba un destino definitivo lejos de un lugar que tan malos recuerdos le traía, también, en la distancia, busco una nueva casa, concertó unas citas para ver viviendas con varios propietarios justo para su llegada a ese nuevo sino. Y, casi a la hora de su marcha, se despidió de sus amigos y familia; intento explicarle a su madre porque necesitaba irse.

Mamá anhelo la felicidad sentimental que tenía antes, quiero volver a tener mi corazón y mi cabeza en calma y aquí solo tengo el amor que vosotros me aportáis y sabes lo soñadora que soy, la necesidad de encontrar un lugar en el que sea completamente feliz"-. Sus padres la entendieron, a sus hermanas, a las cuales estaba muy aferrada, les costó mucho hacerse a la idea de la marcha de su hermana pero la apoyaron porque era algo que ella necesitaba.

Abuelitos, os quiero como a nada, sabéis que ahora no soy feliz, que he sufrido mucho y también sabéis que en cuanto me establezca allí os llamaré e incluso con el paso del tiempo podréis venir a visitarme-, les decía a sus abuelos con un dolor aterrador en el corazón.

Después de visitar a sus abuelos, Sara se apresuró por ir a comprar las últimas cosas necesarias para el viaje. Llegó a casa y su madre le tenía la ropa perfectamente planchada y doblada encima de la cama.

Sara, deja que sea esto lo último que haga, en mucho tiempo, por mi niñita preferida, la más buena y compresiva. Te voy a echar tanto de menos,-decía  su madre con la voz quebrada-, prométeme que me vas a mandar mil fotos todos los días, que me describirás cada rincón de tu nueva casa y que me llamarás a todas las horas para decirme lo mucho que nos quieres y nos extrañas.

Sara se sentía extremadamente culpable al ver a su familia tan triste ante su inminente marcha, pero por una vez en su vida tenía que pensar única y exclusivamente en ella. Era una chica apasionadamente buena, hacía con gusto todo lo que los demás le pedían como favor y siempre confiaba en la gente que aparentemente la quería. Por esa forma de ser, precisamente, le había pasado todo por lo que ahora la inclinaba a irse.

Ella llevaba en la mano los billetes de tren y se daba prisa en revisar el bolso para verificar que toda su documentación estaba allí dentro. Sus padres cargaban con las tres maletas llenas de ropa y recuerdos que iba a llevarse y sus hermanas, simplemente, cargaban con las penas con lágrimas en los ojos.

Pequeña –decía su hermana gemela-, te voy a echar tanto de menos, no me imagino mi vida sin ti. Sé que esto es bueno para ti pero siendo egoísta no quiero que te vayas porque no sé cómo voy a continuar sin tu presencia.

Sara y su hermana tenían esa relación tan típica que suelen tener los gemelos, estaban todo el día juntas, se contaban todo tipo de confidencias, eran como si fueran la misma persona. Su hermana gemela siempre le había aconsejado que se alejara de ese chico que tanto daño le había hecho, pero en el fondo sabía que su hermana tenía que abrir los ojos por su cuenta; y tanto que los abrió, se estaba yendo muy lejos para poder ser feliz y olvidar a su dañino amor.

Sabéis que voy a estar bien, sabéis lo muy aventurera que soy y que esta etapa va a ser un gran capítulo de mi vida que voy a vivir con gran espiritualidad, dejando atrás todas las cargas emocionales a las que estaba aferrada, -decía Sara mirando a su familia justo antes de subirse al tren-. No me va a pasar nada, allí esta Jon, mi amigo que hace tantos años que conozco y él me ayudará a encontrar una casa y un trabajo. Confiar en mí. Os quiero y siempre os querré. Gracias por hacer posible este sueño por el que tanto he luchado todo este tiempo.

Se despidió de todos con un gran abrazo y por un momento sintió que las fuerzas le flaqueaban, pensó que su verdadero sitio estaba allí junto a su familia; pero ese momento de debilidad, que duro unos segundos, se esfumó cuando el vigilante del tren grito “Pasajeros con destino a Bilbao, entreguen sus billetes al revisor y suban al tren”; ella sabía lo que tenía que hacer, y lo estaba haciendo, por mucho que quisiera a su familia sabía que no podía seguir con esa vida de tristeza.

Bueno, llegó el momento, en cuento llegue os llamaré y, si es de día, os mandaré fotos de Bilbao. Mamá, Papá os quiero y siempre os querré. Y vosotras, hermanitas, ser buenas y llamarme a menudo. –se despidió Sara de su familia finalmente.

Se subió al tres y con lágrimas en los ojos se despedía de su familia con un gesto de adiós a través de la ventana. “Ay dios, espero estar haciendo lo correcto” –se decía para sí.