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Solo una.

Solo necesito una cosa.

Muchas veces nos empeñamos en encontrar lo mejor, en tener el  coche más bonito, la casa más grande, la pareja más hermosa físicamente, una buena fortuna en una cuenta corriente en un país lejano o una familia perfecta viviendo en una gran urbe, pero nos olvidamos de lo realmente importante, lo que realmente nos hace felices. Para mí lo importante se aleja de todas esas cosas terrenales; solo necesito una cosa, mirar a esa persona que me vuelve loca cuando me dedica una sonrisa  mientras una masa de “esbirros” lo observan moviéndose en esa montaña en la que es tan feliz. Solo necesito eso, sentirme a su lado, pero no a su lado físicamente, sino a su lado emocionalmente desnudándonos con la mirada, amándonos con la sonrisa y acariciándonos con cada letra de esas canciones que tanto hicieron para unirnos una noche de septiembre bajo la luz de la luna. 

Solo necesito una cosa, sentirnos cerca.

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allí estaba de nuevo

Como cada fin de semana, me encontraba sentada en la estación de tren, me gustaba ir una hora antes de mi partida para observar la vida de las personas que por allí pasaban; la mayoría de las almas que inundaban aquel lugar tan amplio eran solitarias, caminaban como noctambulas cegadas por un destino que se presagiaba no muy lejano. Algunos iban en pareja, otros venían ilusionados, otros simplemente viaja por obligación laboral pero ninguno de ellos se paraba a observar lo bonito de estar en una situación como aquella.

Para mí, cualquier situación de cambio, cualquier salida es una maravilla, una oportunidad para conocer y valorar las pequeñas cosas de este mundo tan cambiante.

Lo reconozco, soy rara, no hago las cosas consideradas normales: en primavera, protegida con mi paraguas, recojo flores silvestres ante las miradas extrañadas de los caminantes, me siento en un banco a observar a la gente que pasa imaginando el porqué de sus caras tan  largas, camino por el campo y cierro los ojos para escuchar el sonido de la naturaleza y me asusto de la dependencia insana  que la mayor parte de las personas de este planeta tiene por los móviles, sigo el rumbo de la naturaleza, persigo el olor de las flores y el trinar de los pájaros, dibujo y escribo lo que sueño, enloquezco con lo antiguo, odio lo moderno, no corro cuando llueve, saboreo el olor de la calle cuando llueve y adoro sentirme libre.

Ser así y desear seguir siendo de esta manera tan  especial es mi mayor tesoro.

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Here I´m again

El tiempo pasa, pasa muy rápido. A veces siento que soy únicamente  un minúsculo retazo de creación en la inmensidad del universo. Me despierto cada mañana con sensaciones extrañas, sensaciones que me hacen pensar una y otra vez cuánto durará mi vida en este mundo tan devastador, sensación que, al fin y al cabo, son solo eso, sensaciones.

Estoy de paso, no solo en este mundo, estoy de paso dentro de mi propia existencia; lo que hasta ahora ha sido mañana no será y lo que hoy soy en unos meses ya no será. La relatividad es tan relativa que asusta y solo me limito a pensar en lo que es, me obligo a pensar en el hoy y no fantasear con realidades que podrían ser si un montón de variables se alinearan a mi favor.

Soy tan soñadora y tan "tripolar" que no sé lo que quiero, vivo en una constante confrontación entre mi parte racional y mi parte libertina y no me aclaro entre tanta opción vital. Hoy quiero y deseo una cosa, mañana otra, pasado otra distinta y al siguiente vuelvo a querer lo que me volvía loca el primer día. ¿Mente prodigiosa o infantil? ¿personalidad o ignorancia? ¿autoestima o desmotivación? ¿rebelión o autoafirmación? ¿trastorno de personalidad o utopía controlada? ¿caminar o volar? ¿soñar o vivir?.

 

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Oportunidades

Hay determinados momentos en  la vida en los que solo te apetece estar contigo mismo. Realmente te apetece recuperar tu dialogo interno, quieres luchar por encontrar la esencia viva que reside en tu fuero interno, una esencia que tenías un poco olvidada.

 Cuando nos alejamos de nuestros ideales, de los valores que nos han enseñando nuestros padres a lo largo de los años, esperamos que sea por algo que realmente valga la pena; cuando nos arriesgamos a dejar de lado esa forma de pensar por guiarnos por sentimientos mundanos no pensamos en las consecuencias, no pensamos en los otros y, en definitiva, nos convertimos en algo que nunca quisimos ser.  Pero el mundo, tan sabio como siempre, nos da una oportunidad, a veces no merecida, para rectificar, para intentar enmendar nuestras afrentas y para volver a ser las personas que siempre fuimos.

En la vida algo que me enorgullece haber aprendido es que antes de actuar hay que pensar, que antes de hacer algo grandioso hay que pensar en sus consecuencias y que antes de propiciar un daño inminente hay que empatizar con la persona que será dañada en un tiempo no  muy lejano.  

Gracias al mundo por las segundas oportunidades, esas oportunidades que nos hacen mejorar diariamente, que nos ayudan a crecer  y, sobre todo, a aprender de los errores. 

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Fragmento

A veces, como esta, me encuentro enfrente de mi ordenador sin saber qué escribir, bloqueada de una manera sobrenatural. 

De una manera especial, lo mundano supera a lo espiritual y lo profano a lo trascendental. Me gustaría encontrar la manera de salir corriendo de una situación que se venía venir pero, inevitablemente, me tengo que quedar aquí pagando las consecuencias de una serie de impulsos sentimentales que han traído una sensación muy devastadora. 

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Mi compañera de vida 4

Capítulo III: Una nueva etapa

A pesar de los golpes que la vida había dado a mi familia, todos salimos hacía adelante gracias, en gran parte, a mi madre; siempre admiraré su fortaleza innata y su coraje. Muchas noches, sin que ella se diera cuenta, la escuchaba llorar y mi padre la intentaba calmar. Ella era la fuerte pero a veces esa fortaleza sucumbía dejando a su paso una estela de miedo y horror. De cara a nosotras ella sonreía, nos daba ánimos y siempre decía que todo saldría bien y así fue, todo salió bien. Ahora vivimos más o menos bien, la enfermedad nos ha dado una tregua. Vera y Rita viven felices en casa de los abuelos y Patricia lucha por quedarse embaraza.
Yo he terminado mis estudios y me he convertido en Técnico Superior en Laboratorio de Análisis y de Control de Calidad. Sueño con encontrar un trabajo cerca de mi familia y mi novio. Sí, novio. Poco antes de terminar mis estudios hice un viaje con mis amigas y Carlos a Zaragoza y allí sucedió. Los dos paseábamos por la orilla del río Ebro, bajo el precioso puente romano y allí, con esa estampa tan idílica, se declaró.
-Carol, quiero y necesito confesarte algo. Hace unos cuantos años que nos conocemos y desde el momento que descubrí como eras tuve claro que eras la mujer de mi vida, una mujer fuerte, luchadora y con un aura muy especial-. Ante estas palabras me quede atónita, no sabía que decir.
-¿No vas a decir nada? –dijo Carlos asustado.
-Claro que sí. Los sentimientos son mutuos. Recuerdo los momentos antes de vernos. No quería quedar pero gracias a que mis amigas me convencieron te pude conocer en profundidad. Eres ese tipo de personas que conoces y sabes que van a estar a tu lado siempre, eres protector, atento, cariñoso y creo que vamos a formar una pareja muy especial y diferente. Sí, con esto te estoy respondiendo. Probemos a estar juntos.
En ese momento, nos fundimos en un largo y cálido abrazo. Nunca olvidaré ese momento tan especial pero también tengo miedo, miedo a no dar la talla, a ser celosa y miedo a que Carlos en algún momento se convierta en un monstruo como pasó con Jaime pero por ahora estoy dispuesta a arriesgarme.
 
Dos meses después Carlos y yo nos fuimos a vivir juntos, mis amigas y mi familia me apoyaron en la decisión porque me veían feliz. Poco a poco fuimos entrando en la rutina, conociéndonos aún mas y, sobre todo, descubriendo que realmente estábamos hechos el uno para el otro. Nos compenetrábamos muy bien; cuando yo estaba desanimada él me animaba, cuando él estaba triste yo le sonreía, cuando él trabajaba yo cocinaba y cuando los dos estábamos felices decidimos que en un año nos casaríamos y formaríamos una familia tan bonita como la de mis padres.
Mi hermana Patricia y Mario por fin lograron tener un bebé. Hace un mes nació Carolina y yo soy madrina; ellos tres viven felices y dan gracias a dios porque Carolina no haya nacido con la odiada enfermedad.
Mi hermana Vera sigue siendo una luchadora; día a día supera asaltos pero todos ellos merecen la pena por ver la sonrisa de Rita. Y mis padres… bueno mis padres están disfrutando la vida como nunca antes lo habían hecho. Mi padre se prejubilo y cada seis meses recorren algún país inhóspito llevando a cabo labores humanitarias.
 
Hoy tengo 26 años y todos los días me levanto con una gran sonrisa en la cara dándole gracias a dios por la vida; cada vez me quiero más y también quiero a mi enfermedad. La quiero porque me ha enseñado el verdadero sentido de la vida, el significado del amor de unos padres hacia sus hijas, el fuerte sentido maternal que lleva a una madre a luchar durante años por hacer felices a sus hijas y, sobre todo, doy gracias a una gran persona, una persona que movió cielo y tierra por verme feliz, a ella, a ti, gracias mamá.
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Mi compañera de vida 3

Capítulo II: La vida sigue

Cuatro años después todo seguía igual, mis hermanas eran felices con sus parejas y hacían planes de futuro, mis padres llevaban esa vida apacible que siempre habían deseado y yo, junto con mis amigas, me mude a la gran ciudad. Allí iniciamos estudios superiores; María y Sara se decantaron por magisterio, Isabella y yo decimos hacen un modulo superior.
Las cuatros nos fuimos a vivir juntas, ese primer año fue uno de los mejores de mi vida. Era independiente, apenas tenía síntomas de la enfermedad, mi familia era feliz y los estudios me iban bien.
Tenía 18 años, prácticamente era una niña, pero tenía un nivel de madurez muy superior a una chica de mi edad; sabía cocinar, cuidaba cada detalle del hogar y organizaba cenas para mis amigas. Extrañaba a mis padres pero me alegraba saber que ellos se enorgullecían cada vez que le hablaban a alguien de mi etapa en la ciudad como estudiante.
Todos los jueves de la semana salíamos a tomar unos vinos y esa noche, de aquel frío día de invierno, fue diferente. La noche se alargó, un vino llevo a otro y nos quedamos de fiesta por la zona. Conocimos a unos chicos, nos lo pasamos bien y al día siguiente habíamos quedado con ellos para tomar algo en la plaza mayor de la ciudad.
-¡Qué no chicas! ¡No quiero ir! –les decía a mis amigas.
-¿Pero por qué Carol? ¿Es por la vergüenza? Yo también soy tímida cielo, pero hay que salir de la zona de confort y enfrentarse a la vida porque si no no encontraremos a la persona que nos acompañe en este largo viaje –me intentaba convencer Sara con nerviosismo. Ella era muy parecida a mí, no nos gustaba conocer a gente nueva y menos a chicos pero sabía que necesitábamos superar esa arraigada timidez.
-Sabéis que me cuesta mucho conocer chicos y me superan los nervios, no puedo-. La enfermedad ha dejado en mí una gran huella, no tengo seguridad en mi misma y no me valoro. Mis amigas sabían esto e intentaban ayudarme.
Ese día, finalmente, salí de casa y conocimos a esos cuatro chicos que nos marcarían la vida. Nos hicimos amigos y, desde entonces, salían con nosotras todos los jueves. De los cuatro, habían uno especial, Carlos. Desde el primer momento encontré en él algo diferente, algo que me hacía sentir segura.
Una mañana de febrero, en la casa familiar, Vera nos dijo que estaba embarazada. Todos nos alegramos y deseábamos que pasara el tiempo para poder disfrutar de ese nuevo miembro de la familia. En contra de todos los pronósticos, Vera tuvo un buen embarazo, las articulaciones apenas se le hincharon y prácticamente no tuvo dolores.
Los meses pasaron y Rita llegó al mundo. Era un bebé precioso, todos le hacíamos fotos y deseábamos que no tuviera la enfermedad.
Ese mismo día, el día del nacimiento de Rita, me di cuenta de algo; Vera tenía un mohín de desagrado, cada vez que Jaime decía algo a ella le cambiaba la expresión; no quise hacer caso a mi intuición porque probablemente Vera estaría exhausta y esa sería la causa de su mala cara.
Con el paso del tiempo mi madre y mi hermana Patricia también tenían las mismas sospechas. Lo solíamos hablar y llegamos a la conclusión de que era hora de verbalizarle a Vera cuáles eran nuestros pensamientos.
-¿Qué pasa? No entiendo la urgencia de esta reunión, he tenido que venir corriendo con la niña, pensé que os había sucedido algo –nos dijo Vera nerviosa.
-Mira cariño, lo hemos estado hablando las tres y creemos que te sucede algo con Jaime. Últimamente te notamos muy apesadumbrada y cabizbaja. Nos puedes contar todo lo qué sea, nosotras y, también, tu padre solo queremos que seas feliz –inició mi madre la conversación.
-Sí, sucede algo mamá. No os voy a mentir y no os había dicho nada porque pensé que cambiaría. Unos meses antes de nacer Rita, Jaime empezó a cambiar. Pensé que era porque venía cansado del trabajo y por eso descargaba su frustración conmigo, pero no es así. Él disfruta insultándome, me dice que no valgo para nada, que soy una inútil y que terminaré en una silla de ruedas –nos decía Vera observando nuestras caras de asombro y tristeza.
-Cariño mío –se atrevió a añadir mi madre.
-No mamá, no quiero que lloréis. Yo sé perfectamente lo que soy, sé que tengo una enfermedad que me impide hacer muchas cosas pero también sé que soy fuerte, luchadora y sé que lucharé por mi hija como vosotros luchasteis por mí. No permitiré que mi hija crezca al lado de él, lo verá de vez en cuando porque es su padre pero nada más. Alguien que trata así de a la madre de su hija no se merece nada.
Ese día todas estuvimos unidas, abrazadas, besándonos, pasando momentos juntas y, sobre todo, demostrándonos que no estábamos solas y
que nos teníamos las unas a las otras.
El tiempo pasó y muchas cosas cambiaron: Vera y Rita se mudaron a casa de mis padres dejando atrás los abusos de Jaime, Patricia se casó y yo…yo, simplemente, seguía viviendo.
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No al materialismo

Hoy es uno de esos días en los que me enfado con el mundo, de esos días en los que me doy cuenta de muchas cosas superfluas que ahogan a esta sociedad y de esos días en los que a mi cabeza le gustaría cambiar la manera de pensar de las personas que me rodean.

Veo constantemente que todo en esta sociedad gira en torno al materialismo y al consumismo; hace unas horas tenía una conversación con mi madre respecto a estos dos temas que me separan de ella. Mi madre, como la mayoría de las personas de su generación, ha crecido con una educación y unos valores que han ido cambiando con el tiempo; es algo contradictorio, antes eran felices con mucho menos pero ahora, en cambio, todas esas personas piensan que con más cosas son más felices; y yo, en contraposición, que he nacido en una sociedad y en una familia en la que lo he tenido todo y he cambiado esa ideología, para mí es mejor vivir con menos.

Cuando le digo a mi madre que prefiero vivir en un piso cuco o en una casa pequeña antes que vivir en una chalet enorme y endeudarme con un banco toda la vida, ella se enfada porque dice que "voy en contra del mundo"; claro que voy en contra del mundo, voy en contra del mundo artificial en el vivimos, un mundo que solo se preocupa por tener más, un mundo que no repara en ayudar al que menos tiene, un mundo que se endeuda solo por tener más que el vecino, un mundo que lleva a la ruina a sus padres por ser avalistas en un préstamo, un mundo consumista sin valores verdaderos y, en definitiva, un mundo que me da vergüenza. 

Siempre he pensado que vivir con menos es lo mejor que una persona puede hacer, no hay nada más gratificante que dormir tranquilo pensando que el mes que viene, si te apetece, puedes irte a China o a Japón y que no tendrás que pagar la hipoteca mensual que tanto te agobia. Me gusta ver que, aunque pocas, hay personas que piensan como yo, personas que tienen como objetivo de vida vivir la vida sin presiones, personas a las que les gusta ayudar a los demás, personas que no valoran lo material y personas que prefieren tener una casa y un coche como algo secundario y cumplir sus sueños como algo principal. 

Todos los años, cuando llega Navidad, me da pena ver como los programas se afanan por narrar historias de niños felices con columnas de juguetes a su alrededor, y el reportero de turno hace la pregunta banal de siempre ¿os han traído lo que habíais pedido? no hay nada más absurdo que esta pregunta; niños que están con su familia, rodeados de cariño, con calor y comida, felices....lo tienen todo y aún anhelan tener muchísimas más cosas materiales porque sus padres les han inculcado esta ideología. A todos estos niños se les debería enseñar el valor de la solidaridad, enseñarles a compartir, enseñarles a incluir en su carta los Reyes Magos un juguete para esos niños que no tienen nada de lo que ellos gozan durante todo el año, enseñarles que con mucho menos se es más feliz y enseñarles que ayudar a los que menos tienen es el mejor regalo de la Navidad. 

Cuando voy por la calle y veo a gente sentada en las aceras con un cartel en el que intentan resumir su situación actual, siempre escucho comentarios de "señoronas", ataviadas con abrigos caros y collares  de perlas, probablemente falsos,  del tipo "a saber en qué andaba metido" "seguro que es un borracho" "las drogas nunca acaban en buen lugar"; todos esos comentarios absurdos nacen de la ignorancia, nacen de la despreocupación de una vida cómoda y nacen de unas personas a las cuales les podría pasar lo mismo. Quizás ese señor que estaba pidiendo era un consumista más, una persona que quiso vivir en una casa enorme, una casa que no podía pagar porque no se ajustaba a sus ingresos sin saber que eso le costaría su vida y la de su familia. Los primeros que deberían concienciar a la sociedad son los que más influyen en ella, los medios de comunicación, pero claro no les interesa porque si popularizan la realidad en lugar de la fantasía ellos pierden al igual que pierde el consumismo, si el consumismo cae ellos caen. 

No hay nada más triste que vivir por y para trabajar olvidándote de las verdaderas razones de tu existencia, no hay nada más triste que presumir de una casa y de un coche enorme aparentando felicidad cuando por detrás vives agobiado y presionado, no hay nada más triste que vivir por y para comprar, no hay nada más triste que un niño rodado por una pila de juguetes sin conocer la relación con sus padres o iguales y no hay nada más triste que esta sociedad materialista que se empeña en que todos sigamos la línea natural y colectivamente establecida. Di no al CONSUMISMO, vive tus sueños, trabaja para poder sufragar todas esas vivencias que anhelas y, por favor, no vivas por y para pagar una casa y una vida que cuando la quieras disfrutar de verdad te darás cuenta que tu juventud ya se ha pasado y te habrás convertido en un viejecito consumista más sin recuerdos dignos de recordar. 

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Mi compañera de vida 2

Capítulo I: Los inicios

Desde el momento que llegué al mundo, he vivido largas temporadas en el hospital, primero acompañando a mis hermanas y después yo me convertí en enferma. Mis padres sabían que nacería con la enfermedad por lo que decidieron que recibiera una atención temprana aplicada por especialistas para minimizar, en lo posible, los síntomas de la artritis. Siempre me he preguntado qué hubiera sido de nosotras si la Seguridad Social no hubiera cubierto todos los gastos médicos de la enfermedad, solo mi inyección mensual cuesta aproximadamente 3000€,…no puedo ni imaginármelo pero probablemente no estaríamos en este mundo o mis padres estarían endeudados de por vida.
Hoy en día, de las tres, soy la más sana. Mis estancias en el colegio y en el instituto no fueron fáciles, faltaba largas temporadas lo que me impedía afianzar amistades verdaderas. A los 14 años sucedió algo que marcaría mi vida, aparecieron ellas, mis ángeles de la guarda,
las tres mejores amigas que cualquiera pudiera tener. Ellas eran algo tímidas como yo pero dio la casualidad que las cuatro nos sentamos en butacas anexas del salón de actos el día de la presentación del nuevo curso. Para todas era el primer día de instituto, estábamos aterrorizadas y solo necesitábamos encontrar a alguien que nos echara una mano emocionalmente. Isabella dio el primer paso con un “hola” entrecortado, María y Sara, gemelas, la siguieron con sus respuestas entusiastas y yo, después de un rato, respondí; desde entonces no nos hemos vuelto a separar.
 
Mis días transcurrían entre hospitales y clases. Desde que conocí a mis amigas todo fue mucho mejor, ellas me ayudaban con los deberes y me fotocopiaban los apuntes.
Con el paso de los años, mis hermanas iban mejorando, los médicos habían encontrado los tratamientos más idóneos para ellas lo que les ayudaba a llevar una vida más o menos normal.
Era una mañana de invierno y mi hermana Vera nos reunió a todos en el salón porque necesitaba contarnos algo muy importante para ella.
-Mamá, papá, hermanitas os he reunido aquí porque necesito deciros por qué estoy tan sumamente feliz. He conocido a un chico fabuloso. Es bueno, guapo, trabajador y me acepta con mi enfermedad. Lo conocí hace unos meses en el trabajo, él conduce una ambulancia y nos vimos por primera vez mientras trasladaba a un enfermo desde su casa –nos espetó de repente mi hermana.
Todos nos alegramos mucho por su noviazgo y teníamos muchas ganas de conocer a Jaime, así era como se llamaba él. Patricia no se tomó muy bien la idea de que Vera tuviera novio. Vera y Patricia siempre habían estado muy unidas, por esa razón Patricia tenía miedo de quedarse sola y que su hermana mayor no quisiera verla ni pasar más tiempo juntas.
-Patricia, cariño, sabes que te quiero con toda mi alma, hemos compartido los momentos más horribles de la vida y siempre vamos a estar juntas. No quiero que tengas miedo a perderme porque tu formas un pilar fundamental en mi vida y siempre vas a estar a mi lado-. Vera sabía que no podría pasar tanto tiempo con Patricia pero quería que su hermana se sintiera bien.
-¿Y qué pasa que yo no existo? Pati sonríe por favor, somos una familia y siempre vamos a estar unidos. Mamá y papá han luchado para que tuviéramos una vida feliz y así seguirá siendo, las tres siempre unidas y queriendo y admirando a nuestros padres –dije yo entre risas para calmar un poco la situación.
Después de un año de conocer a Jaime, llegó la boda. Vera estaba radiante, sonreía como nunca antes lo había hecho y mis padres eran felices al ver a su hija, por la que tanto habían luchado, ir al altar con el chico que amaba. Patricia, ese mismo día, conoció a un chico que la enloqueció; él trabajaba ese día de camarero en el restaurante en el que se celebro la boda. Mario, su futuro novio, y ella coquetearon durante toda la velada y al finalizar la boda se dieron los números de teléfono. Ese día todos estábamos felices, mis padres se besaban y abrazaban, mis hermanas sonreían y yo simplemente era feliz al ver a todos irradiando amor.
Poco a poco todo volvió a la normalidad, mi hermana mayor se fue de viaje de novios, Patricia empezó sus estudios como auxiliar de enfermería y yo seguía en el instituto con mis amigas. Mis padres cada vez estaban mejor, nosotras éramos independientes y la enfermedad aparecía solo cuando había frío y humedad.

 

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Mi compañera de vida 1

Las lluvias habían llegado a su fin y, con su partida, el dolor remitió.
Nuestra familia siempre se había caracterizado por ser valiente y superar cada afrenta que nos ponía el destino. Las mujeres de mi familia arrastramos un lastre físico desde hace generaciones, un dolor, a veces incontrolable, que nos llegaba desde lo más profundo de las entrañas.
Yo, mujer, no iba a ser menos; a los catorce años apareció la enfermedad, una enfermedad que me obligaba a ser fuerte y a no tener miedo a la mayoría de las cosas a las que le tendría pavor una chica de mi edad. Mi compañera de vida, como yo la llamo cariñosamente, es la artritis. Desde que tengo uso de razón, recuerdo a mis hermanas llorar por las noches y arrastrarse a gatas hasta la habitación de mis padres para que consiguieran curar sus heridas. 
La enfermedad nos viene por parte de mi padre; él trabajaba continuamente y era mi madre quien tenía que soportar todos nuestros dolores, llevarnos al médico, despertarse por las noches para darnos masajes…ella era y es nuestra heroína.
A parte de mi madre, existen otras dos heroínas innatas en mi vida, ellas son mis hermanas. Mi hermana mayor, Vera, es la más valiente, una luchadora  férrea; la enfermedad le llegó muy pronto, nada más y nada menos que a los diez años. Con el paso de los años Vera se ha convertido en una mujer valiente y, a pesar de permanecer largas temporadas en el hospital, logró su sueño de ser enfermera para poder ayudar a personas que pasaban por la misma situación que ella.
Después de unos años, Paula llegó al mundo. Mis padres deseaban un niño porque no querían ver sufrir a otra hija más, pero se alegraron cuando le vieron la carita entre los brazos de mi madre segundos después de dar a luz.
La infancia de Paula fue feliz. Siempre ayudaba a Vera en todo lo que podía y se interesaba por las características de la enfermedad. Como no podía ser de otra manera, ella quería ser traumatóloga.
Con el paso de los años, Paula empezó a tener molestias y el pico de la enfermedad le llegó a los 19 años cuando empezaba sus estudios de medicina en la universidad. El caso de Paula tiene peculiaridades; dentro de la artritis hay un largo espectro de variantes y ella tenía una tipología muy dolorosa y complicada, espondilitis anquilosante. La espondilitis le hacía tener fuertes dolores en la columna vertebral la cual se hinchaba, se ponía rígida y apenas podía moverse. Además, había épocas en las que el dolor y la hinchazón también afectaban a los hombros, a las rodillas y a los tobillos. Yo tenía diez años cuando vi a Paula llorar al tener que abandonar la facultad para ser ingresada
en el hospital durante meses.
La relación de mis padres se resquebrajaba por momentos; mi madre era la que llevaba el peso emocional de la familia y mi padre, simplemente, se lamentaba día tras día por tener que ver sufrir a sus hijas.
-No puedo más Manuel, pasas muchas horas fuera de casa por el trabajo y yo sola no puedo con todo. Además, no te había dicho nada antes para no alarmarte, tengo una falta, creo que estoy embarazada-. Así fue como mi padre se enteró de que yo estaba en camino. Fui algo inesperado, no buscado pero ambos me recibieron con el mayor amor del mundo y mis hermanas, cuando su enfermedad se lo permitía, me cuidaban y mimaban.

 

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